Tal como sucedía en L’esquive (2003), Abdellatif Kechiche se
vale del discurso de las aulas para ir abriéndonos paso a los razonamientos y
acciones que van experimentando sus protagonistas. El personaje de Adele (Adele
Exarchopoulus) está viviendo los mismos sucesos románticos o trágicos que pesa
en los héroes literarios de “La vida de Marianne” o “Antígona”. Los debates
entre los alumnos sobre el amor a primera vista, el peso como único vicio del
agua (porque está en su naturaleza) o el sentido de la tragedia, se van
cristalizando en la realidad de la adolescente en el momento en que miró por
primera vez a Emma (Léa Seydoux), en el instante en que niega su condición
lésbica a sus amistades o cuando las dos amantes ponen punto final a su
relación, algo que para Adele resultó ser su tragedia por años. La vida de Adele (2013) te va prediciendo
lo que pasará en la historia.
Sucede en las clases
de literatura o filosofía que van vaticinando la resistencia a la sexualidad
lésbica o el triste final que tendrá ese cuento de amor. Agregado a esto, el
filme posee sus momentos de simpatía cuando juega a filosofar. Esa pregunta
sobre quién alcanza mayores placeres, ¿el hombre o la mujer? Más allá de esto,
no existe otro novedoso recurso en el filme. No hay una percepción de erotismo
(no se confunda el sexo implícito con el erotismo), tampoco es el gran drama
romántico el que carga Adele (la escena del reencuentro en el café es más un
cuadro pueril que romántico). La vida de
Adele finaliza de la misma forma que Cuscús
(2007). No hay espacio para que su protagonista consiga un cierre benefactor u
optimista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario