lunes, 4 de mayo de 2015

Persecución virtual (u Open windows)

Lo que a comienzo parecía ser su gran virtud, para el final se vuelve su gran verdugo. Open Windows (2014) es una película impredecible de punta a punta. Nacho Vigalondo es un director fascinado por la informática y las trampas del tiempo. Esto además ha promovido su creatividad para armar el suspenso. En su última película observamos cómo de pronto un individuo común y corriente será abordado por una aventura/pesadilla informática. Con esto nacen las interrogantes, se genera el mal agüero, se huele la trampa y la historia apunta a un héroe caminando de a puntillas y con los ojos vendados. El inicio de Open Windows, aunque partiendo de una idea familiar de películas sobre peeping tom informáticos, tiene fuerza creativa. A pesar de los recursos increíbles que la avanzada tecnología dispone dentro de la ficción, Vigalondo no da pie a cuestión ya que la secuencia avanza a paso acelerado.
El punto de partida de Open Windows es el inicio de una reacción en cadena. Una película que se complica, pero que también va timando y promoviendo continuos giros inesperados. El filme, no contento con los mecanismos habituales, se inclina además a una lectura más técnica. Por momentos, Vigalondo me recuerda  a Alejandro Amenábar o Jaume Balagueró, directores también españoles, que, de igual forma, saben componer el suspenso. Entre ellos hay un pequeño culto a los rituales hitchcockianos. Muy a pesar, Nacho Vigalondo tiene una gran cuota de barroquismo. Ese es el pecado del director, algo que lastimosamente mancha todo lo que se ha venido construyendo desde su inicio. A orillas del final de Open Windows, sabes que seguirá girando y girando su trama. A esas alturas queda complemente claro que el director se niega a que el espectador genere una conclusión premeditada. Lo cierto es que hay un punto en que esa dinámica sofoca, es hostigante y hasta desanima ver que tantos “as bajo la manga” guarda la historia.

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