Entre los nominados a
Mejor Película Extranjera para los Oscar del 2015 estuvo Tangerines (2013), un filme de Estonia que narraba la historia de
dos personajes tratando de sacarle provecho a un cultivo de mandarinas dentro de
un territorio en pleno conflicto armado. Corn
island (2014), de George Ovashvili, parece partir de similar idea. En esta
es un anciano y una adolescente migrando a una reducida isla que les servirá
como lugar provisorio para su campo de cosecha de maíz. De igual forma, los
protagonistas, además de disponer de solo una temporada para sacarle provecho a
esa tierra que emerge del agua únicamente en tiempos de primavera, serán
testigos también del ir y venir de tropas enfrentadas. En medio del sembrío y
la (aparente) soledad de la naturaleza, la hostilidad merodea, y el rumor de la
violencia parece convertirse en el rutinario ruido de ambos personajes.
A diferencia de Tangerines, Corn island es menos argumental y más contemplativo, especialmente
en su primera parte. Lo cotidiano toma presencia en el filme y, a medida de ese
tramo, se va perfilando algo sugerente. Lo mejor de la película tiene que ver
con esa intimidad frustrada de una menor. Es la femineidad expuesta de la niña
que se está convirtiendo en mujer no solo en un contexto reducido, sino también
en un contexto continuamente vigilado. Por un lado es su anciano acompañante, y
por otro las improvistas apariciones de los paramilitares que hacen acecho por
los alrededores. Ya para la mitad, la película se torna más narrativa. Un
repentino visitante nuevamente recuerda a Tangerines,
además del tema sobre el gesto humanitario en tiempos de guerra. El final de Corn island es el otro punto a favor del
filme. Es el dramático éxito que evoca a un triunfo sobre la tierra y las
circunstancias. Muy a pesar, es también el reinicio de un ciclo. Nuevamente,
los personajes estarán expuestos a los riesgos de una posible tragedia.
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