Lo que a comienzo
parecía ser su gran virtud, para el final se vuelve su gran verdugo. Open Windows (2014) es una película
impredecible de punta a punta. Nacho Vigalondo es un director fascinado por la
informática y las trampas del tiempo. Esto además ha promovido su creatividad
para armar el suspenso. En su última película observamos cómo de pronto un
individuo común y corriente será abordado por una aventura/pesadilla
informática. Con esto nacen las interrogantes, se genera el mal agüero, se
huele la trampa y la historia apunta a un héroe caminando de a puntillas y con
los ojos vendados. El inicio de Open Windows,
aunque partiendo de una idea familiar de películas sobre peeping tom informáticos, tiene fuerza creativa. A pesar de los recursos
increíbles que la avanzada tecnología dispone dentro de la ficción, Vigalondo
no da pie a cuestión ya que la secuencia avanza a paso acelerado.
El punto de partida de
Open Windows es el inicio de una
reacción en cadena. Una película que se complica, pero que también va timando y
promoviendo continuos giros inesperados. El filme, no contento con los mecanismos
habituales, se inclina además a una lectura más técnica. Por momentos, Vigalondo
me recuerda a Alejandro Amenábar o Jaume
Balagueró, directores también españoles, que, de igual forma, saben componer el
suspenso. Entre ellos hay un pequeño culto a los rituales hitchcockianos. Muy a
pesar, Nacho Vigalondo tiene una gran cuota de barroquismo. Ese es el pecado
del director, algo que lastimosamente mancha todo lo que se ha venido
construyendo desde su inicio. A orillas del final de Open Windows, sabes que seguirá girando y girando su trama. A esas
alturas queda complemente claro que el director se niega a que el espectador
genere una conclusión premeditada. Lo cierto es que hay un punto en que esa
dinámica sofoca, es hostigante y hasta desanima ver que tantos “as bajo la manga”
guarda la historia.
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