Tarea difícil la de
Santiago Mitre el realizar su propia versión de La patota (1960), la cual adopta el mismo nombre y el título alternativo
de Paulina (2015). Para el cine
argentino, la versión realizada por Daniel Tinayre es considerado un clásico.
He ahí el riesgo de la película; el tener que lidiar contra la expectativa
consciente o inconsciente del público que ha visto el mencionado filme de los
sesenta. Frente a esto, Paulina
rescata ciertos patrones de su original, más en su camino va creando una
personalidad como un interés propio. La historia toma como protagonista
principal a Paulina (Dolores Fonzi), una joven abogada que, al poco tiempo de
evocarse a las labores sociales como profesora en una zona humilde, será
víctima de una violación. Estructuralmente, la historia de Mitre, al igual que
en la versión de Tinayre, se inclina en realizar una reconstrucción de los
hechos. Lo que sucede en el filme es a propósito de una audiencia que la
docente tendrá que manifestar ante un delegado público, mientras que en la
primera versión es la mujer recordando a manera de un narrador en primera
persona. Es decir, la película de Tinayre posee un carácter testimonial. La de
Mitre, por su lado, prefiere no interiorizar, sino todo lo contrario.
Es a partir de esta
premisa que Paulina se separa de su
antecesora. A su personaje no la escucharemos hablando desde adentro. Su
personalidad obstinada, además de convertirla en una mujer de carácter, hace
que esté siempre en una constante dialéctica, sea adiestrando o porfiando a su
interlocutor. Mitre se deshace del estereotipo femenino sumiso de los sesenta a
fin de plantear a una protagonista que no le importa divorciarse del
paternalismo masculino, aquel que llega, por ejemplo, de la abnegación de un
padre o de la sobreprotección de un novio. A esta actitud, se le suma un
discurso. Como sucedía en El estudiante (2011),
ópera prima de Mitre, Paulina tiene
como personaje principal a una idealista, aquella que en cierta forma también
respalda una postura política. Paulina rehúye de las ventajas que su padre (un
reconocido juez) intenta cederle, y en su lugar decide emprender una cruzada
social y personal. Su obstinación se va incrementando a medida que los
personajes que la rodean comienzan a cuestionar su “política”. Ya para cuando
sufra su gran tragedia, el compromiso de Paulina será puesto a prueba.
Cerca a su final, hay
una escena de Paulina en donde la
heroína parece estar entre “la espada y la pared”. El dilema entre acusar o
perdonar, de pronto está en relación con la disyuntiva moral y el compromiso
social, ese mismo que defiende Paulina con tanta insistencia y podría poner en
libertad a un grupo de villanos. El filme deja una herida abierta. De pronto el
idealismo de la mujer es cuestionable. Tras una pregunta que su padre-juez le
ha lanzado, se manifiesta una respuesta que pierde razonamiento. Desde ese
sentido, Paulina puede ser entendida
como la historia de una mujer comprometida o que simplemente quiere adoptar una
moda.
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