lunes, 25 de abril de 2016

18 BAFICI: Les demons / Primero enero / Un dia perfecte per volar

3 crónicas sobre la infancia.
En Les demons (2015), en un sector de Montreal, el mundo de los adultos está contaminado por una serie de acciones o leyendas asociadas con la violencia y la sexualidad. Peleas maritales, rumores sobre la hostilidad de los redneck, exhibicionismo, enfermedades sexuales. Se sabe además que un secuestrador sexual anda suelto por la ciudad. Mientras tanto, un niño, no mayor de diez años, observa con atención todo lo que sucede a su alrededor. En consecuencia, su personalidad se debate entre la sumisión y la perversión. El filme del canadiense Phillipe Lesage integra al sujeto que se figura inocente a un contexto nocivo. La educación adulta lo confunde para cuando percibe que esa crueldad o “anormalidad” adoptada y expuesta a diario en su cotidiano era malsana. Lo mejor de la película es eso mismo, el niño siendo un visor que pone al descubierto la contradicción e hipocresía de una sociedad. Lástima que más allá de la mitad del filme, el director decida compartir su historia con otro personaje. La película entonces se degrada a lo morboso e innecesario.
Primero enero (2016) narra la historia de un viaje y la despedida de “algo”. Un padre y su menor hijo conviven por un corto fin de semana en una casa ubicada en el terruño paterno, lugar que no hace mucho fue el hogar de esa familia en la que la madre es figura ausente. El tema del divorcio es medular en este relato; sin embargo, el director Darío Mascambroni toma como protagonista a un personaje no adulto, un pequeño que parece no comentar mucho al respecto, pero su comportamiento lo delata. Durante la estadía, este se aburre, se frustra, se cohíbe, no se siente en su lugar. Por momentos la convivencia entre padre y el hijo es complicada; por otras es cordial. La película a pesar de ser un drama, reprime sus penas. Hay un rastro de resignación de parte de sus únicos personajes. Primero enero me recuerda a la chilena De jueves a domingo (2012). Es la infancia en medio de un conflicto que les es nuevo, a propósito de un retiro, que se convierte también en despedida. La diferencia es que en el filme argentino existe una evidencia de madurez (precoz; tal vez) en ese personaje infantil. Sus primeros pasos acercándose a una niña dan seña de ello.
En la española Un dia perfecte per volar (2015), un niño juega con su cometa amarilla en medio de un campo abierto. Ahí se encuentra con un adulto quien le cuenta historias sobre un gigante hambriento. Ambos serán poseídos por su imaginación, en donde una serie de personajes toman forma en la mente producto de la creatividad y la improvisación. El detalle aquí no es el valor de lo inventado, sino el de la sensibilidad que se va tejiendo entre estos dos personajes aventurándose en ese contexto de western. El director Marc Recha emprende una especie de buddy film, en donde estos dos personajes sostienen su sociedad en base a la inocencia, una que viene del niño y que el adulto llena mediante cuentos o lógicas desordenadas. Un dia perfecte per volar, sin embargo, tiene una historia tras de sí. La dosis de inocencia actuaba además como dosis de ignorancia. Una historia de melancolía se traía en manos; tal vez producto de alguna pérdida o es que la imaginación del niño desde antes no tiene barreras. Para ambos casos, este corto filme deja un sabor a una soledad tierna.

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