3 crónicas sobre la
infancia.
En Les demons (2015), en un sector de
Montreal, el mundo de los adultos está contaminado por una serie de acciones o
leyendas asociadas con la violencia y la sexualidad. Peleas maritales, rumores
sobre la hostilidad de los redneck, exhibicionismo,
enfermedades sexuales. Se sabe además que un secuestrador sexual anda suelto
por la ciudad. Mientras tanto, un niño, no mayor de diez años, observa con
atención todo lo que sucede a su alrededor. En consecuencia, su personalidad se
debate entre la sumisión y la perversión. El filme del canadiense Phillipe
Lesage integra al sujeto que se figura inocente a un contexto nocivo. La educación
adulta lo confunde para cuando percibe que esa crueldad o “anormalidad”
adoptada y expuesta a diario en su cotidiano era malsana. Lo mejor de la
película es eso mismo, el niño siendo un visor que pone al descubierto la
contradicción e hipocresía de una sociedad. Lástima que más allá de la mitad
del filme, el director decida compartir su historia con otro personaje. La
película entonces se degrada a lo morboso e innecesario.
Primero enero (2016) narra la historia de un viaje y la despedida de “algo”.
Un padre y su menor hijo conviven por un corto fin de semana en una casa ubicada
en el terruño paterno, lugar que no hace mucho fue el hogar de esa familia en la
que la madre es figura ausente. El tema del divorcio es medular en este relato;
sin embargo, el director Darío Mascambroni toma como protagonista a un
personaje no adulto, un pequeño que parece no comentar mucho al respecto, pero
su comportamiento lo delata. Durante la estadía, este se aburre, se frustra, se
cohíbe, no se siente en su lugar. Por momentos la convivencia entre padre y el
hijo es complicada; por otras es cordial. La película a pesar de ser un drama,
reprime sus penas. Hay un rastro de resignación de parte de sus únicos
personajes. Primero enero me recuerda
a la chilena De jueves a domingo
(2012). Es la infancia en medio de un conflicto que les es nuevo, a propósito
de un retiro, que se convierte también en despedida. La diferencia es que en el
filme argentino existe una evidencia de madurez (precoz; tal vez) en ese
personaje infantil. Sus primeros pasos acercándose a una niña dan seña de ello.
En la española Un dia perfecte per volar (2015), un
niño juega con su cometa amarilla en medio de un campo abierto. Ahí se
encuentra con un adulto quien le cuenta historias sobre un gigante hambriento.
Ambos serán poseídos por su imaginación, en donde una serie de personajes toman
forma en la mente producto de la creatividad y la improvisación. El detalle
aquí no es el valor de lo inventado, sino el de la sensibilidad que se va
tejiendo entre estos dos personajes aventurándose en ese contexto de western. El director Marc Recha emprende
una especie de buddy film, en donde estos dos personajes sostienen
su sociedad en base a la inocencia, una que viene del niño y que el adulto
llena mediante cuentos o lógicas desordenadas. Un dia perfecte per volar, sin embargo, tiene una historia tras de
sí. La dosis de inocencia actuaba además como dosis de ignorancia. Una historia
de melancolía se traía en manos; tal vez producto de alguna pérdida o es que la
imaginación del niño desde antes no tiene barreras. Para ambos casos, este
corto filme deja un sabor a una soledad tierna.
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