Notable la mexicana Epitafio (2015), filme histórico que
recrea una de las tantas expediciones ordenadas por Hernán Cortez antes de
enrumbarse junto a sus tropas a la inminente conquista del territorio azteca.
El lugar de excursión será la cima de un activo volcán. Los asignados son tres
españoles que apenas han recibido las pautas del camino que ni si quiera los
mismos nativos de los alrededores se han atrevido a cruzar. “Allá encontrarán
la muerte”; afirma un presunto líder de los aborígenes. La película del
director Rubén Imaz y Yulene Olaizola emprende su historia con una advertencia.
A pesar de esto, los viajeros de tierra ajena se internarán a la naturaleza desconocida
y hostil que incluso desde el principio de su trayecto les da la bienvenida
haciendo estremecer la tierra y la serenidad de al menos uno de sus miembros,
detalle que, por el contrario, no provoca mella en el jefe de la expedición.
Epitafio apunta a un relato de epopeya. Aquí la hazaña y la sobrevivencia es ante
a un agente sigiloso e intangible. Es el inclemente clima hibernal que calcina
los músculos, el sonido impetuoso de las entrañas volcánicas que hace flaquear
los nervios, la neblina que distorsiona la vista hasta el punto de trepar y
confundir a la mente. Es interesante cómo este trío de aventureros van cediendo
por escalas. El trayecto rumbo a su destino es como si tuviera una serie de
niveles y retos que serán trazados por la misma resistencia o aguante de los
protagonistas. Sin embargo, el vaticinio del anciano a inicio de la andanza no
es del todo factible de no ser por la presencia de Diego de Ordaz (Xabier
Coronado). Inevitable no emparentar al Aguirre de Werner Herzog con el líder de
esta excursión. Sus compañeros ya han percibido la obsesión del cabeza de viaje.
Es decir, pase lo que pase, para de Ordaz no habrá vuelta atrás. La ambición de
este, sin embargo, no es a nombre personal.
Un detalle interesante
en Epitafio es el retrato de un
colonizador cordial, por ejemplo, respecto a su sociabilidad para con los
nativos recién subordinados o cuando las peroratas de estos en cuanto a los
propósitos de la conquista no contienen mensajes de codicia. De Ordaz y
compañía están en sintonía a las fantasías de los antiguos exploradores europeos
del Globo. Ellos son los honrados al ser enviados a aventurarse a lugares
remotos, rindiéndole pleitesía a la Corona y a las órdenes que devengan de
cualquier asignado por los Reyes. Es mediante esta concepción que se agudiza el
dramatismo de esta travesía; la obediencia extrema de Ordaz. Su “locura” es el
de la sumisión extrema. Aquella que, por ejemplo, se expone en una gran
secuencia (como esbozando a Aguirre) mediante una disertación pomposa,
rindiéndole culto a una herencia que de la cual sus acompañantes ya de seguro
pusieron en duda; no por demencia supersticiosa –como demanda el mismo de Ordaz–,
sino por cordura consecuente.
Rubén Imaz y Yulene
Olaizola realizan un filme que tiene razonamiento para componer y agrietar la
adversidad natural en la que están inmersos sus personajes. La recurrencia de
planos inclinados simulando una fluctuación terrenal, la quietud y la soledad
de la superficie baldía que amplía lo desconocido, la mudez, el sonido del
viento y la banda sonora estruendosa que avasalla los sentidos. La misma
sobriedad de su fotografía alude a lo mortuorio, aunque también entona la
apariencia épica. Epitafio es
apasionante por su sello que se ciñe a las pautas históricas. Es también un
montaje sesudo. Su sola filmación para ser digna de una crónica.
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