viernes, 5 de agosto de 2016

20 Festival de Lima: Epitafio (Competencia Ficción)

Notable la mexicana Epitafio (2015), filme histórico que recrea una de las tantas expediciones ordenadas por Hernán Cortez antes de enrumbarse junto a sus tropas a la inminente conquista del territorio azteca. El lugar de excursión será la cima de un activo volcán. Los asignados son tres españoles que apenas han recibido las pautas del camino que ni si quiera los mismos nativos de los alrededores se han atrevido a cruzar. “Allá encontrarán la muerte”; afirma un presunto líder de los aborígenes. La película del director Rubén Imaz y Yulene Olaizola emprende su historia con una advertencia. A pesar de esto, los viajeros de tierra ajena se internarán a la naturaleza desconocida y hostil que incluso desde el principio de su trayecto les da la bienvenida haciendo estremecer la tierra y la serenidad de al menos uno de sus miembros, detalle que, por el contrario, no provoca mella en el jefe de la expedición.
Epitafio apunta a un relato de epopeya. Aquí la hazaña y la sobrevivencia es ante a un agente sigiloso e intangible. Es el inclemente clima hibernal que calcina los músculos, el sonido impetuoso de las entrañas volcánicas que hace flaquear los nervios, la neblina que distorsiona la vista hasta el punto de trepar y confundir a la mente. Es interesante cómo este trío de aventureros van cediendo por escalas. El trayecto rumbo a su destino es como si tuviera una serie de niveles y retos que serán trazados por la misma resistencia o aguante de los protagonistas. Sin embargo, el vaticinio del anciano a inicio de la andanza no es del todo factible de no ser por la presencia de Diego de Ordaz (Xabier Coronado). Inevitable no emparentar al Aguirre de Werner Herzog con el líder de esta excursión. Sus compañeros ya han percibido la obsesión del cabeza de viaje. Es decir, pase lo que pase, para de Ordaz no habrá vuelta atrás. La ambición de este, sin embargo, no es a nombre personal.

Un detalle interesante en Epitafio es el retrato de un colonizador cordial, por ejemplo, respecto a su sociabilidad para con los nativos recién subordinados o cuando las peroratas de estos en cuanto a los propósitos de la conquista no contienen mensajes de codicia. De Ordaz y compañía están en sintonía a las fantasías de los antiguos exploradores europeos del Globo. Ellos son los honrados al ser enviados a aventurarse a lugares remotos, rindiéndole pleitesía a la Corona y a las órdenes que devengan de cualquier asignado por los Reyes. Es mediante esta concepción que se agudiza el dramatismo de esta travesía; la obediencia extrema de Ordaz. Su “locura” es el de la sumisión extrema. Aquella que, por ejemplo, se expone en una gran secuencia (como esbozando a Aguirre) mediante una disertación pomposa, rindiéndole culto a una herencia que de la cual sus acompañantes ya de seguro pusieron en duda; no por demencia supersticiosa –como demanda el mismo de Ordaz–, sino por cordura consecuente.
Rubén Imaz y Yulene Olaizola realizan un filme que tiene razonamiento para componer y agrietar la adversidad natural en la que están inmersos sus personajes. La recurrencia de planos inclinados simulando una fluctuación terrenal, la quietud y la soledad de la superficie baldía que amplía lo desconocido, la mudez, el sonido del viento y la banda sonora estruendosa que avasalla los sentidos. La misma sobriedad de su fotografía alude a lo mortuorio, aunque también entona la apariencia épica. Epitafio es apasionante por su sello que se ciñe a las pautas históricas. Es también un montaje sesudo. Su sola filmación para ser digna de una crónica.

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