La importancia de la
fílmica de los hermanos Dardenne para un mapa del cine contemporáneo radica en
su dialéctica del registro y la dirección actoral. La cercanía con que la
cámara se postra frente a los personajes y sus respectivas acciones renueva la
idiomática del cinema verité al
expresar un cine de ficción no artificial y rico en subjetividad. Películas
como Rosetta (1999) o El hijo (2002) son las que mejor
emprenden ese ejercicio de la compenetración. Aquí los actores se denotan por
su pasividad ante el incesante asedio de la cámara en mano, el lente que se
postra sobre sus hombros convirtiéndose en el rabillo ocular de estos mismos protagonistas.
La intención está también en plantear una fijación por el idioma de la expresividad.
Tanto la gestualidad como las miradas captadas por los planos frontales,
analiza los códigos de conducta que van estructurando el universo mental de
estos personajes.
La promesa |
Las historias de los
Dardenne siempre giran en torno a un solo foco de atención, que es el personaje
principal. Todo el transcurso del relato, en tanto, se construirá en base a ese
protagonista. A medida que este se mueve, la cámara no deja de escoltarlo. Es
de esta forma que se le conoce, se le critica y, finalmente, se le entiende.
Los que en un inicio lucen apáticos, más adelante se tornan entrañables. No
solo es la cámara la que ejerce la empatía, son también sus comportamientos los
que hacen reformular el juicio del espectador. Los personajes de los directores
belgas se caracterizan por su impredicibilidad. Estos exponen una doble moral,
la cual se activa a propósito de un conflicto moral. Esta situación hará dudar
o cuestionar sus propios conceptos dentro de varias incidencias, además del
conflicto final. En La promesa (1996),
por ejemplo, un adolescente tendrá que decidir entre las reglas impuestas por
su padre o las conveniencias de un inmigrante ilegal. Caso en Dos días, una noche (2014) son más bien
los personajes secundarios los que tendrán que decidir el destino laboral de la
protagonista principal. Al igual que sendas películas, en el cine de los
Dardenne la trama se compone según los discernimientos titubeantes de sus
personajes. Se formula de esta forma un ajuste de las expectativas.
Rosetta |
A propósito del
conflicto moral, la filmografía de los Dardenne, a partir de La promesa, gira en torno a los dilemas
éticos. La historia avanza a medida que los personajes van tomando decisiones
sobre lo que es correcto o no. En este sentido, existe un margen sobre personas
aspirando a la redención. Es el ejemplo de la figura paterna en El niño (2005), quien intenta sanar un
acto que le comenzó a generar remordimiento. Sin embargo, más exacto es definir
a los protagonistas de los Dardenne como aspirantes a un orden. En Rosetta una adolescente va en busca de
un trabajo fijo que pueda aplacar su rutina que lleva junto a su madre
alcohólica. Es frecuente en el dúo de directores plantear un conflicto a
consecuencia de un debate interno o emocional del protagonista principal, el
cual es incitado por un agente externo. A la línea de esta idea, hay un
principio paternalista omnipresente en los relatos de los Dardenne. Aquí los
antihéroes, si bien se mueven en base a sus juicios, sus acciones responden a
la asistencia de un segundo. De ahí esa actitud casi filial de los personajes
principales al acoger a algún desprotegido, curiosamente, siendo ellos también
desprotegidos.
El silencio de Lorna |
La otredad es
protagonista en las historias de los Dardenne, cuestión que los califica como
productores de dramas sociales. Sus personajes en mayoría son desempleados,
ladrones y otras víctimas de carencias económicas o sociales. En relación a ese
paternalismo, es el “otro” resguardando a un “otro” más vulnerable. En Rosetta es el empleado de un bazar
auxiliando a la joven desempleada, mientras que en El silencio de Lorna
(2008) es la mujer oportunista acudiendo a su marido “provisional” víctima de
las drogas. Lo cierto también es que ocasionalmente ese paternalismo llega de
un menor, siendo el beneficiado un adulto. Es el adolescente haciéndose cargo
de una recién enviudada en La promesa,
una adolescente haciéndose cargo de su madre alcohólica en Rosetta. Incluso en El niño
un recién nacido estimula la reflexión de un padre irresponsable. En los filmes de los Dardenne vemos a jóvenes
precoces y a adultos encurtidos por la inmadurez. Existe una extirpación de la
niñez o la juventud, así como un egoísmo de parte de una generación adulta insensata, tal vez,
producto de ese paternalismo primario que está ausente; el público.
El hijo |
Mediante lo dicho, se
manifiesta también un estado de orfandad en el universo de los Dardenne. Desde La promesa hasta El niño de la bicicleta, siempre está presente un huérfano producto
de la negligencia de los adultos. Salvo en la última película mencionada, los
menores poseen un destino incierto. Está la posibilidad que los huérfanos
hereden el mismo sino que el de sus padres ausentes. Esto convierte a las
películas de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne en historias con una
profunda carga dramática. Sus personajes emprenden acciones despreciables, sin
embargo, en el transcurso curan sus vilezas a través de acciones que desbordan
humanidad. En relación a esta idea, los directores son también artesanos de un
suspenso discreto. Esta dinámica se observa en El hijo, en donde un hombre observa por lo lejos a un adolescente.
A donde este último se mueva, el primero sigue sus pasos (es decir, mientras la
cámara lo registra, el hombre se convierte en una segunda cámara para registrar
al tercero; fascinante detalle). Ya casi para la mitad, nos hemos enterado de
la relación entre el hombre y el adolescente. Se ha develado un misterio, pero
también se ha engendrado un nuevo misterio y aún más inquietante. A fin de
cuentas, ¿qué significa para la vida de este hombre la presencia de ese
adolescente? ¿Es acaso enemigo o sujeto de reconciliación? Esto no se sabe sino
hasta el final. El hijo es la mejor
película de los Dardenne.
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