Artículo publicado originalmente en Cinencuentro:
Las primeras secuencias en Masabu (2016) son de profunda desorientación. Su director Carlos Benvenuto mezcla imágenes caseras y registros ajenos con la intención de inducir en el espectador y de paso introducirlo a lo que conforma su universo, aquello que es parte de su realidad y aquello que es la esencia y el material de sus filias y fantasías. Es uno de estos escenarios, sin embargo, que terminará siendo excluido en el transcurso para con ello ceder la rienda absoluta al otro. Benvenuto prosigue a lo largo con su dialéctica de secuencias dispersas, solo que cada vez más enfocado a su fascinación por la cultura asiática, la gran motivación de este filme que dispone metrajes, tanto públicos como amateur, que reflejan o calcan los hábitos consumistas de una sociedad de la que el director intenta apropiarse literalmente.
Las primeras secuencias en Masabu (2016) son de profunda desorientación. Su director Carlos Benvenuto mezcla imágenes caseras y registros ajenos con la intención de inducir en el espectador y de paso introducirlo a lo que conforma su universo, aquello que es parte de su realidad y aquello que es la esencia y el material de sus filias y fantasías. Es uno de estos escenarios, sin embargo, que terminará siendo excluido en el transcurso para con ello ceder la rienda absoluta al otro. Benvenuto prosigue a lo largo con su dialéctica de secuencias dispersas, solo que cada vez más enfocado a su fascinación por la cultura asiática, la gran motivación de este filme que dispone metrajes, tanto públicos como amateur, que reflejan o calcan los hábitos consumistas de una sociedad de la que el director intenta apropiarse literalmente.
Masabu pueda que por momentos se perfile como un simple mashup montado por un aficionado al tema, muy a pesar, existe un
registro que da un sentido de la exploración más obsesivo de lo que parece.
Benvenuto pone en marcha una serie de encuentros con mujeres genéticamente
asociadas a las naciones asiáticas. Las entrevista, mide sus niveles de
correspondencia y, en medida de esto, aprueba o desaprueba a la invitada. Es
además que dentro de este diálogo, que levanta un cerco de cine documental,
motiva a las “elegidas” monten una recreación melodramática la cual asalta la
frontera de lo supuestamente real. Benvenuto alude a un mecanismo metaficcional
en donde pone en evidencia su urgencia por interactuar con esa otra cultura.
Es a partir de
entonces que la línea del fanatismo se subraya al punto de manifestar un goce casi
perverso. Los testimonios de mujeres implorando de pronto funcionan como dosis que
van directo al ego del autor hechizado por las fantasías asiáticas que pretende
adjudicarse, por lo menos, dentro de una ilusión ficcional. Masabu es una exploración a un universo
personal en donde se comparte con el espectador una fascinación por esa no
correspondencia, y es frente a esto que se va desatando un deslumbramiento más
profundo y cada vez más oscuro. El filme de Carlos Benvenuto deja en tanto una
serie de interrogantes de la que tal vez sea consciente. En una secuencia pone
sobre el banquillo su estilo de cine que es juzgado y cuestionado. ¿Una
autocrítica o un gesto de inmolación ante un modo de expresión?
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