La película de David
Mackenzie no merece ser reducida a un mero conflicto entre policías y ladrones.
En principio, aquí los bandidos no están movidos por la codicia. Por otro lado,
los agentes de la ley no imitan a los personajes de Clint Eastwood, sheriffs
obsesionados con someter a dedillo lo que la ley pública dictamina. En el filme
del director británico estamos hablando de policías y ladrones que en ocasiones
actúan en contra de las convenciones y estereotipos establecidos por la
industria en Hollywood. Ahora, esto no es nuevo. Basta con recordar a otro
western como No country for old men
(2007), posiblemente, el referente más próximo a la película de Mackenzie. Hell or high water (2016), sin embargo,
no tiene la agudeza humorística ni la personalidad de los Coen, pero no deja de
ser atractivo su relato en donde vemos a personajes interpuestos por un delicado
filtro de ambigüedad.
Están estos dos
hermanos. Sería la típica representación de Caín y Abel, no de ser porque es
Abel quien recurre a Caín para realizar un acto que va en contra de los
mandamientos. Toby (Chris Pine), hombre divorciado, quien asistió a su enferma
madre hasta su último respiro, es consciente que tendrá que quebrantar la ley
si no quiere perder el rancho familiar a manos de un banco. Es ahí en donde
aparece Tanner (Ben Foster), el hermano mayor, ex presidiario, quien acepta
tomar acción en el robo de bancos. Ambos tendrán un estimado de días para hacer
una gira delincuencial por el estado de Texas, antes que cumpla el plazo de
pago de una deuda impuesta por una entidad pública de estrategias crapulentas. Hell or high water inicia con una
sociedad dispuesta a tomar justicia a su manera, y de forma improvisada. Ellos
son ladrones a orillas de lo fallido. Está claro que cometen un acto criminal,
pero es evidente también que actúan en contra de su moral; en especial Toby.
A pesar de la
impulsividad del hermano perverso e incorregible, la película de Mackenzie no
deja huella de algún antagónico, ello a propósito de esa motivación delictiva y
el fuerte lazo filial que se establece entre estos protagonistas; hermanos de
personalidades contrarias, aunque aliados bajo un mismo propósito, también de
términos consanguíneos. Los hermanos hacen una especie de última ofrenda a sus
antecesores, incluso si ello implica la pérdida de la dignidad. Una escena que
estimula esa sensibilidad es, por ejemplo, para cuando Toby se hace responsable
ante próximas acusaciones públicas frente a su hijo. Lo curioso es también cómo
el adolescente, a pesar de la disfuncionalidad familiar en la que se ve
implicado, ampara a ciegas la honorabilidad de su padre. Es como si ese
inquebrantable lazo familiar hubiese sido heredado. Hell or high water no tendrá activas ciertas convenciones clásicas del
género western, sin embargo, la lealtad hacia el “compañero” está vigente.
A propósito de ello, Hell or high water es además una buddy film por partida doble. Están los
hermanos de sangre, pero en paralelo están los hermanos de oficio. La relación
entre los oficiales Marcus (Jeff Bridges) y Alberto (Gil Birmingham) es entre
cordial y hostil, a consecuencia de sus personalidades también distantes. Bridges
hace relucir ese lado laxo de “The Dude”, mientras que Birmingham juega a la firmeza
de alusiones raciales. Son el detective informal y el detective serio. David
Mackenzie desarrolla parejas incompatibles, tanto de lado de la ley como del
otro lado, que coinciden en sus relaciones y acciones. La segunda pareja, además,
ya para el final, se terminará moviendo bajo la línea de lo personal. Son
tiempos de codicia y egoísmo, desde los bancos hasta un sujeto común,
representado, por ejemplo, por una camarera. La ley pública en este contexto
parece no asistir o funcionar bajo la realidad de los sheriffs a puertas del
retiro o cowboys angustiados por el endeudamiento.
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