lunes, 20 de febrero de 2017

Nada que perder (o Hell or high water)

La película de David Mackenzie no merece ser reducida a un mero conflicto entre policías y ladrones. En principio, aquí los bandidos no están movidos por la codicia. Por otro lado, los agentes de la ley no imitan a los personajes de Clint Eastwood, sheriffs obsesionados con someter a dedillo lo que la ley pública dictamina. En el filme del director británico estamos hablando de policías y ladrones que en ocasiones actúan en contra de las convenciones y estereotipos establecidos por la industria en Hollywood. Ahora, esto no es nuevo. Basta con recordar a otro western como No country for old men (2007), posiblemente, el referente más próximo a la película de Mackenzie. Hell or high water (2016), sin embargo, no tiene la agudeza humorística ni la personalidad de los Coen, pero no deja de ser atractivo su relato en donde vemos a personajes interpuestos por un delicado filtro de ambigüedad.
Están estos dos hermanos. Sería la típica representación de Caín y Abel, no de ser porque es Abel quien recurre a Caín para realizar un acto que va en contra de los mandamientos. Toby (Chris Pine), hombre divorciado, quien asistió a su enferma madre hasta su último respiro, es consciente que tendrá que quebrantar la ley si no quiere perder el rancho familiar a manos de un banco. Es ahí en donde aparece Tanner (Ben Foster), el hermano mayor, ex presidiario, quien acepta tomar acción en el robo de bancos. Ambos tendrán un estimado de días para hacer una gira delincuencial por el estado de Texas, antes que cumpla el plazo de pago de una deuda impuesta por una entidad pública de estrategias crapulentas. Hell or high water inicia con una sociedad dispuesta a tomar justicia a su manera, y de forma improvisada. Ellos son ladrones a orillas de lo fallido. Está claro que cometen un acto criminal, pero es evidente también que actúan en contra de su moral; en especial Toby.

A pesar de la impulsividad del hermano perverso e incorregible, la película de Mackenzie no deja huella de algún antagónico, ello a propósito de esa motivación delictiva y el fuerte lazo filial que se establece entre estos protagonistas; hermanos de personalidades contrarias, aunque aliados bajo un mismo propósito, también de términos consanguíneos. Los hermanos hacen una especie de última ofrenda a sus antecesores, incluso si ello implica la pérdida de la dignidad. Una escena que estimula esa sensibilidad es, por ejemplo, para cuando Toby se hace responsable ante próximas acusaciones públicas frente a su hijo. Lo curioso es también cómo el adolescente, a pesar de la disfuncionalidad familiar en la que se ve implicado, ampara a ciegas la honorabilidad de su padre. Es como si ese inquebrantable lazo familiar hubiese sido heredado. Hell or high water no tendrá activas ciertas convenciones clásicas del género western, sin embargo, la lealtad hacia el “compañero” está vigente.
A propósito de ello, Hell or high water es además una buddy film por partida doble. Están los hermanos de sangre, pero en paralelo están los hermanos de oficio. La relación entre los oficiales Marcus (Jeff Bridges) y Alberto (Gil Birmingham) es entre cordial y hostil, a consecuencia de sus personalidades también distantes. Bridges hace relucir ese lado laxo de “The Dude”, mientras que Birmingham juega a la firmeza de alusiones raciales. Son el detective informal y el detective serio. David Mackenzie desarrolla parejas incompatibles, tanto de lado de la ley como del otro lado, que coinciden en sus relaciones y acciones. La segunda pareja, además, ya para el final, se terminará moviendo bajo la línea de lo personal. Son tiempos de codicia y egoísmo, desde los bancos hasta un sujeto común, representado, por ejemplo, por una camarera. La ley pública en este contexto parece no asistir o funcionar bajo la realidad de los sheriffs a puertas del retiro o cowboys angustiados por el endeudamiento.

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