Padre e hijo conducen
una funeraria localizada en un pequeño pueblo. Existe además un leve drama
familiar que ambos personajes acallan y que está relacionado a la rutina aletargada
del oficio familiar de a dos. Cierto día, la llegada del cadáver de una mujer,
una “Jane Doe” (denominado así a los NN), creará un quiebre en sus vidas. La autopsia de Jane Doe (2016) es estimulante
a raíz de esa disección que manifiesta vestigios que están fuera de la lógica
clínica, los cuales van provocando una “mala espina”, fruto de la acumulación
de incógnitas y la confusión ambiental (ruidos extraños, problemas con la
emisora, el clima repentinamente enérgico) e involuntariamente fundan una situación
detectivesca.
El director André
Ovredal, si bien nos conduce a la típica historia de cuerpos que nunca debieron
de ser exhumados, malignos despertados que toman represalia contra cualquiera, es
la previa a esa revelación la que nos mantiene al pendiente. Emocionante para
cuando no entendemos nada, y más aún para cuando ciertas pautas del condenado
nos transporta a los mitos del folclore anglosajón, tiempo de inquisidores y
barbaridades (además de puritanismo, aunque no lo mencionen). Ya para cuando
los dos protagonistas decidan a hurgar más sobre este origen –y lo sobrenatural
se revele sin pudor– el suspenso es suspendido y la película perderá ese
encanto.
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