La crisis económica ha
golpeado a la nación lituana, y pronto los síntomas de esa ruina se van manifestando
en un padre de familia. Luego de ser despedido de su trabajo, este personaje ocupará
gran parte de sus horas dormitando entre su cama y su mueble y encontrándose con
amigos, mientras no deja de abrasar la idea de recuperar de manera intacta su
anterior vida. El director Andrius Blazevicius narra la historia de un hombre
inmerso en un contexto que fracasó y que ha sido arrastrado a la desidia. Es curioso,
y hasta cierto punto inconsecuente, el comportamiento de este personaje que no
haya impulso, a pesar de observar la motivación.
De pronto, el
protagonista se verá corto ante cualquier situación. Él intentará llenar sus días
mediante rutinas de ejercicios, e incluso buscará a una amante. Es como si
quisiese recuperar esa masculinidad castrada. El santo (2016) es un retrato sobre la impotencia. Blazevicius, más
allá de crear a aspirantes a suicidas, grafica a una sociedad formando a una
legión dependiente de un falso optimismo o que se da al abandono. Lo que nunca se
llega a cuajar es la ¿metáfora? de ese “santo”, que, forzada, luce como el
preámbulo a una etapa insensata, de la fe ya no invertida en lo real, sino en
lo abstracto.
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