lunes, 12 de junio de 2017

VIII Al Este de Lima: Los ermitaños

La película de Ronny Trocker inicia con un prodigioso plano general. Desde lo lejos, vemos a una marcha fúnebre surcando por las faldas de los Alpes, para luego ascender a las alturas de estos y descubrir una granja habitada por una anciana y su rebaño. El nivel de preciosismo que expresa la fotografía, denotando un espacio bucólico y entrañable, no volverán a repetirse en lo que va de ahí en adelante. Sin embargo, ese salto terrenal entre la superficie plana y el de las montañas europeas será una constante, a propósito de un hombre impedido de desasociarse de su terruño. Los ermitaños (2016) hace referencia a la frontera entre la vida en la urbanidad y la que, por ejemplo, llevan dos ancianos en las lomas de los altos europeos, y, como punto medio, el hijo de estos, asentado como trabajador en una cantera en la ciudad, pero que siempre retorna.
Trocker reflexiona sobre un habitat en decadencia, sensible a un tiempo muy extraño, en donde la urbanidad se rige mediante normas absurdas y se ha acostumbrado a la hostilidad. Los momentos en tierra firme son de confrontación y un sentimentalismo desabrido. Tal vez sea por eso que Albert (Andres Lust) convirtió el “retiro” en una rutina. A pesar de eso, la realidad en las montañas está a contrarreloj y el entorno y la situación ha comenzado a repeler al último de la generación. Los ermitaños tiene la propuesta clara, pero carece de un conflicto insuficiente para llegar al estado emocional de su protagonista principal. Pueda que el quiebre de la trama se haya antecedido demasiado, y es por eso que lo resto se hace largo al tenerse una noción de hacia dónde irá a derivar la historia.  

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