domingo, 2 de julio de 2017

7 Lima Independiente: El limonero real

Una película sobre la interiorización manifiesta a través de las percepciones. Gustavo Fontán nos dispone de un argumento sin ambages; la información necesaria para enterarnos que el protagonista de esta historia es víctima de un dolor que es imperceptible para sus acompañantes, pero que el espectador percata mediante la constancia de un carácter sensorial. El limonero real (2016) sería una película en gran parte de tiempos muertos, de no ser porque una frecuente alarma se activa entre el sopor. El hijo de Wenceslao (Germán de Silva) lleva años de fallecido, sin embargo, el luto del padre luce fresco, aunque quiera aparentar que no es así. Lo mismo sucede con la madre, muy a pesar, el luto de la esposa de Wenceslao es distinto, perceptible, a propósito de su disciplina penitente, aislándose en su casa y distanciándose de sus familiares que viven en el mismo perímetro rural.
El limonero real descubre dos maneras de asumir la muerte de un ser querido, siendo el perfil de Wenceslao el centro de atención. Se entiende que la madre no vuelva a aparecer. Ella no es de las que pretenden; su marido sí. Ingenioso cómo la historia pone a prueba al padre, quien se verá comprometido a asistir a una celebración organizada por la familia de su cónyuge. Doble prueba del hombre: salir de casa remando al punto de encuentro y “celebrar” cuando no habría por qué. Es en el tránsito que percibimos a Wenceslao presa del letargo. Es el sufrimiento y el vacío que araña su existencia y lo divide de lo que acontece. De un momento a otro, ya no es parte de la conversación, ni como locutor ni como oyente. El ruido diegético agudizándose es señal de proximidad de su apartamiento con la realidad. El entumecimiento es evidencia de esa separación, que de paso no genera un clima dramático, aunque sí cargado.  
Fontán no registra el rostro; es decir, no recurre a los primeros planos, tácticas infalibles para atrapar el pesar o capturar el dolor. Su intención es climática. La cámara incluso a veces ni si quiera se posiciona a un contraplano del protagonista. El paisaje y el ruido cambian o se aturden, y el espectador asume que estamos bajo la piel de Wenceslao. Pero existe otro atractivo que representa en mayor proporción ese tedio del personaje principal. El escenario del ámbito rural es el rostro de Wenceslao. Es la naturaleza, el espacio abierto y solitario, de alma bucólica y pesarosa, la que habla por el hombre. De pronto el significado de lugar alejado del mundanal ruido, dentro de la situación de Wenceslao, es un suicidio. Ni un baño en el río ni la oportunidad de convertirse en voyerista de una escena sexual, lo persuaden. El retorno a casa es el instante en que la pesadumbre es aplastante. Atravesar el crepúsculo espeso, remando de memoria, para llegar al hogar en donde las tinieblas han convertido en su refugio. El limonero real es la historia de un hombre en pena.

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