Una película sobre la
interiorización manifiesta a través de las percepciones. Gustavo Fontán nos
dispone de un argumento sin ambages; la información necesaria para enterarnos
que el protagonista de esta historia es víctima de un dolor que es
imperceptible para sus acompañantes, pero que el espectador percata mediante la
constancia de un carácter sensorial. El
limonero real (2016) sería una película en gran parte de tiempos muertos,
de no ser porque una frecuente alarma se activa entre el sopor. El hijo de Wenceslao
(Germán de Silva) lleva años de fallecido, sin embargo, el luto del padre luce
fresco, aunque quiera aparentar que no es así. Lo mismo sucede con la madre, muy
a pesar, el luto de la esposa de Wenceslao es distinto, perceptible, a
propósito de su disciplina penitente, aislándose en su casa y distanciándose de
sus familiares que viven en el mismo perímetro rural.
El limonero real descubre dos maneras de asumir la muerte de un ser querido,
siendo el perfil de Wenceslao el centro de atención. Se entiende que la madre
no vuelva a aparecer. Ella no es de las que pretenden; su marido sí. Ingenioso
cómo la historia pone a prueba al padre, quien se verá comprometido a asistir a
una celebración organizada por la familia de su cónyuge. Doble prueba del
hombre: salir de casa remando al punto de encuentro y “celebrar” cuando no
habría por qué. Es en el tránsito que percibimos a Wenceslao presa del letargo.
Es el sufrimiento y el vacío que araña su existencia y lo divide de lo que
acontece. De un momento a otro, ya no es parte de la conversación, ni como
locutor ni como oyente. El ruido diegético agudizándose es señal de proximidad
de su apartamiento con la realidad. El entumecimiento es evidencia de esa
separación, que de paso no genera un clima dramático, aunque sí cargado.
Fontán no registra el
rostro; es decir, no recurre a los primeros planos, tácticas infalibles para
atrapar el pesar o capturar el dolor. Su intención es climática. La cámara incluso
a veces ni si quiera se posiciona a un contraplano del protagonista. El paisaje
y el ruido cambian o se aturden, y el espectador asume que estamos bajo la piel
de Wenceslao. Pero existe otro atractivo que representa en mayor proporción ese
tedio del personaje principal. El escenario del ámbito rural es el rostro de
Wenceslao. Es la naturaleza, el espacio abierto y solitario, de alma bucólica y
pesarosa, la que habla por el hombre. De pronto el significado de lugar alejado
del mundanal ruido, dentro de la situación de Wenceslao, es un suicidio. Ni un
baño en el río ni la oportunidad de convertirse en voyerista de una escena
sexual, lo persuaden. El retorno a casa es el instante en que la pesadumbre es
aplastante. Atravesar el crepúsculo espeso, remando de memoria, para llegar al
hogar en donde las tinieblas han convertido en su refugio. El limonero real es la historia de un hombre en pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario