Una película que suma
clichés del cine cubano reciente; es decir, el de la etapa del desencanto
comunista, la memoria como presente, los síntomas de la pobreza que ha
degradado la moral o hace brillar la inocencia cual faro, la prostitución, la
homosexualidad y el SIDA, además de la infaltable fantasía migratoria del
“sueño americano”. La película del director Fernando Pérez apela además a la
colectividad; un cine de estampas que para bien le otorga instantes de afección
cómica a una trama de dirección dramática que no dispone muchos caminos
alternativos para llegar a su conclusión.
Miguel (Patricio Wood)
ha venido cuidando por años a su amigo de la infancia postrado en cama,
mientras espera con ansias una entrevista de la Embajada de EEUU. Alrededor del
caserón, único patrimonio del condenado, sobrevolarán familiares aguardando su
cuota hereditaria. Últimos días en La
Habana (2016) es “literalmente” (a propósito de su final), un
pronunciamiento más de la desafección territorial como única herencia.
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