Ninguno de la familia
se ha tomado tan personal el compromiso del padre como María (Bárbara Lennie),
una mujer treintañera que luego del precipitado anuncio se ha percatado que lo
que había asumido como único propósito de vida ya no requiere de sus servicios.
En María (y los demás) (2016) la
protagonista principal representa a una generación que no ha cercenado el lazo
con lo paternal. A diferencia de los protagonistas castrados de Alfred Hitchcock,
la ópera prima de Nely Reguera alude más bien a una generación adulta que ha
optado por propia convicción a esa reclusión social que se extiende a un
complejo de castidad. María ha hecho de su rutina y objetivo personal el cuidar
a su enviudado padre que hasta no hacía mucho se encontraba a un pie de la
extinción. La sanación y posterior compromiso marital del hombre volcarán a la
mujer a una crisis personal y emocional.
Lo más atractivo de María (y los demás) es la actriz Bárbara
Lennie, encarnando a un personaje en estado de fragilidad, recelosa por los
planes de “los demás”, mientras se hace idea de su nuevo plan de vida, apurando
los compromisos que no supo emprender a su tiempo. En lo que transcurre de la
película, María comienza a ser presa de la ansiedad y la frustración, a medida
que se ve envuelta (tardíamente) por sus propias ficciones. María sueña
despierta frente al espejo vistiendo de novia o frente a la computadora en
donde se reserva una novela que aplazó desde su adolescencia, historia que es
su historia, la que literalmente no tiene un final escrito ni un claro
propósito. María (y los demás)
observa con ternura y compasión el atasco de una persona adulta despertando en
su propia novela, tal como se define en una divertida secuencia de la escritora
frente a un público inventado.
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