El documental de
Juliana Antunes me recuerda a otro documental que opta por adentrarse a lo
cotidiano íntimo para descubrir el cotidiano público –posiblemente de manera consciente–.
La vida loca (2008), de Christian
Poveda, indaga el mundo del pandillaje mara en El Salvador. Su visión inicia
como un panorama general para después enfocarse en una familia. La rutina
indesligable con el mundo de la violencia no frustra los deseos de sus miembros
por un futuro optimista. Se escarba la intimidad familiar para entonces darse
de cara contra la realidad. Pueda que similar consecuencia sea lo más valioso
de Baronesa (2017) –cual fotógrafo,
la directora registra el momento oportuno fabricándose por sí solo el clímax–,
pero este filme brasileño tiene más que eso.
A diferencia del documental
español, Antunes tiene esa mirada distante que, a pesar de la observación
invasiva de la cámara, se percibe la atmósfera íntima. Las hermanas habitantes
de una favela en Brasil pasan el rato, fabrican fantasías o deseos, educan a
los pequeños, crean lazos de amistad. El estado de cordialidad es perenne. Nada
perturba este cotidiano, salvo la propia realidad que las envuelve: una nueva
lucha entre pandillas acontece en el alrededor. Aquí una de las perspectivas
más estimulantes del filme. Antunes registra la angustia mediante esos
instantes, por ejemplo, en que su protagonista principal se aísla del resto, o
las voces de las mujeres se modulan en un tono extraño. Es una excitación muy
opuesta a sus conversaciones subidas de tonos.
Está también el registro
privilegiado de confesiones que merecen una atención social con urgencia,
revelaciones que se manifiestan como algo esencial y cotidiano, y que arremetieron
en el historial de las que hablan de forma prematura. Baronesa provoca un efecto que en principio es ameno y conmovedor, pero
que a medida que avanza es estresante e inconcebible. De repente el luto se
digiera como un cotidiano más, un mero símbolo que se cuelga (o se lleva) por
un tiempo hasta que acontezca alguna otra tragedia. Por muy humanizado que sea
el enfoque de este documental, se manifiesta un claro rasgo de deshumanización
que se apropia de los que incluso no quieren estar ahí.
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