lunes, 5 de febrero de 2018

Apuesta maestra (o Molly's game)

El ritmo con el que trabaja la ópera prima de Aaron Sorkin me recuerda a esa mala premisa de algunos cultores de la lectura veloz: leer un texto a un ritmo rápido haciendo caso omiso a las dudas puntuales. En efecto, eso es lo que genera Apuesta maestra (2017), muchas dudas a causa del bombardeo de ideas, conceptos, acciones, desde las más cotidianas a las más cruciales para su protagonista. Sorkin si bien genera la expectativa, lo provoca a costas de una claridad plena. El guionista de películas como Red social (David Fincher, 2010) o Steve Jobs (Danny Boyle, 2015) anteriormente ya ha explotado esos ritmos de peroratas que se dilatan (aunque calibradas por respectivos directores), vinculados a biopics de perfiles ambiguos, sobre personajes que hacen retribuciones al mundo o son modelos a seguir y que también manifiestan un lado a cuestionar.
La historia de Molly Bloom (Jessica Chastain) reincide a la configuración narrativa de Red social al construir un presente en donde el protagonista está a merced de un juicio público y un pasado que reconstruye un raudo ascenso, en este caso, dentro de un mundo secreto de los juegos de azar. Apuesta maestra hace una “limpia” a los mitos que envolvían a la ex patinadora de EEUU. Lo suyo se asume como un serio tropiezo con la codicia retratado sin perversión. El filme de Aaron Sorkin se comporta como un filme de Martin Scorsese en una versión complaciente; hay una narración voz en off que nos retrata un mundo en incógnito que despliega personajes indecentes mientras su protagonista se encamina a una redención que no trae “muertos”. Apuesta maestra no decrece por la luz roja que cesa su narración vertiginosa sino por lo que acontece dentro de ese lapso; una terapia clínica que responde a esa personalidad fallida. Momento Kodak; diría un personaje de Belleza americana (1999).

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