Hay que ser ingenuos
para pensar que esta secuela tendría algún parecido con la realizada por
Guillermo Del Toro. Titanes del Pacífico:
La insurrección (2018) no solo ha perdido el atractivo visual de su
original, sino que también se olvidó de la cuota de géneros a los que hacía
referencia, desde el noir al kaiju, solo quedando el drama y la
acción. Las criaturas niponas todavía estarán presentes en dicho universo, así
como los robots gigantes, guardianes de un planeta en reconstrucción, más el espíritu
de fascinación con que se describía tanto a los titanes buenos como malos, como
si se tratasen de figuras intercambiables, se ha reducido. Como se nota la
diferencia entre una película dirigida por un cinéfilo y un realizador de
teleseries. A pesar de eso, el director Steven S. DeKnight hace lo posible para
que la película no sea un fracaso argumental.
Lo mejor de Titanes del Pacífico: La insurrección es
descubrir la manera cómo la historia hace revivir a los temibles kaijus que supuestamente habían sido
erradicados de la Tierra. El chispazo que vuelve a abrir esa “caja de Pandora” tiene
un origen desagradablemente atractivo. La humanidad es perversa y cuando tiene
ganas de autodestruirse se la ingenia muy bien para resolver eso. La trama, que
tiene como coguionista a Del Toro, también productor de esta entrega,
manifiesta ese único rastro seductor. Lo resto es el reconocimiento a esa nueva
generación de héroes que se encargará de subsanar la negligencia provocada por
ciertos. Ya cada vez más típico de las películas comerciales en Hollywood,
todas las razas son las que conforman este equipo, todos jóvenes, algunos casi
en pañales. ¿Alguien acaso se ha percatado que cada vez son menos los actores mayores
de 60 años?
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