La presencia y
conducta de Christian Bayerlein es lo más significativo y estimulante en esta
docuficción. La personalidad y pensamiento de este personaje –o tal vez del
propio actor– es medular dentro de este filme que resulta ser una terapia
grupal representada en el cine, y que se toma recesos para registrar los
avances anímicos de sus protagonistas, todos adultos frustrados respecto a
llevar una vida sexual con naturalidad. Los tabúes del cuerpo y la belleza son
las razones por la que estos mismos “defectuosos” se han privado del placer en
su forma más ordinaria y han virado a prácticas atípicas para explorar o hallar
la satisfacción sexual. De ahí por qué Christian, un hombre minusválido de
amplia mentalidad y desarrollo en el tema de la sexualidad, es significativo por
resultar su caso paradójico.
Los mejores momentos
de No me toques (2018) son cuando Christian
nos comparte su filosofía. Sin desearlo, se convertirá en el gurú del cast,
incluyendo Adina Pintilie, la directora del filme. Los terapeutas o las
direcciones del “autor” serán relegados por quien ha logrado encontrar un
equilibrio mental, a pesar de su condición, que socialmente pueda ser
calificado en la última escala de lo estético. Christian apela a las
convenciones que se heredaron desde la Edad Media, de cómo lo bueno y lo malo
es una división insuficiente al estar todo sometido a escalas de juicios. Lo
resto del filme luce impostado. No me
toques tiene la dinámica de un autoayuda bajo una propuesta que busca
controversia. Los protagonistas, literalmente, gritan por ser salvados. Todo es
terapia y se anula cualquier gesto de emprender una historia; no es más que la
premisa esperando a su cura.
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