Dos documentales que
no deberían de desestimarse por el solo hecho de seguir una corriente
tradicional, sin ornamentos narrativos o estéticos, lo que no lo hace menos
fílmico. Enrique García y Kate Horne coinciden en el deseo de promover la
reconstrucción de un acontecimiento; uno más reciente, el otro correspondiente
a un largo período. En Ayotzinapa, el
paso de la tortuga (2018) se hace un repaso a los sucesos previos y
posteriores a la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal en
Ayotzinapa. En El testigo: Caín y Abel
(2017) el fotógrafo Jesús Abad hace una búsqueda o reencuentro con algunos de
los protagonistas de sus fotos que tuvieron lugar durante el conflicto entre las
FARC y la nación colombiana. Ambos directores nos trasladan a duelos nacionales
aún frescos, casos impunes que generaron notoriedad internacional.
Ayotzinapa se extiende en los momentos siguientes al rapto colectivo.
Familiares y organizaciones exigen con énfasis una aclaración por parte del
Estado. El descargo de los funcionarios del gobierno es inconsistente y hasta
infame. El acto criminal se define como un plan policial premeditado que además
ha dejado evidencias desvergonzadas. Queda claro que el crimen y la negligencia
se han instaurado en las fuerzas del orden, y el Estado no duda en encubrir a
los responsables. Por su lado, El testigo
repasa historias. El fotógrafo se vuelve cronista, y sus fotografías
testimonios en pos de la reconciliación. A medida que vamos avanzando, y por muy
optimistas que sean algunos casos, ciertas historias irán cuestionando o
poniendo en duda la curación nacional. El perdón luce relativo. No es
suficiente el acto de contrición del agresor. Si bien las fotos intentan
apaciguar, desde otra perspectiva ha inmortalizado el dolor.
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