En una realidad
hipotética, un narrador nos relata los azares de un hombre que escapa de una
persecución masiva de extensión global. La coyuntura de los refugiados se hace
evidente en este nuevo filme del alemán Christian Petzold. Nos hallamos en una
Europa continuamente asediada por tropeles de guardias migratorios. Individuos
de diversas nacionalidades huyen de estos; mientras tanto, los ajenos al lío
son meros testigos de esta cacería. En
tránsito (2018) pareciese hacer una evocación a la Europa en tiempos de la
ocupación nazi, a propósito de los exilios forzados, las estadías provisorias de
los fugitivos en dormitorios de paso y un enemigo de amplia visualidad que
aplica un acecho continuo. La distinción es que en la realidad del filme este
estado de acoso luce instaurado; es un acontecimiento tan rutinario que casi no
parece alarmante.
En la historia, Georg
(Franz Rogowski) escapa desde su natal Alemania. Él es uno de los tantos
perseguidos. Un favor asignado lo llevará hacia Marsella, lugar en donde el
protagonista inicia una búsqueda, mientras planifica un nuevo éxodo. Petzold se
valdrá de los argumentos del cine negro estadounidense para desarrollar la
trama. Georg, en un lugar desconocido, en donde cualquiera podría ser el
enemigo, tendrá que asumir una identidad falsa para escapar. En su tránsito,
una especie de femme fatale –siempre ataviada
de alguna prenda de rojo carmesí– lo desviará de sus propósitos. Lo cierto es
que Georg y su contexto no tienen la misma personalidad de los protagonistas
inmersos en los bajos fondos estadounidenses. Esta Europa coaccionada ha
acondicionado cualquier arrojo al estilo de los parias yanquis. El escapismo es
la única alternativa y la afrenta es casi nula. El estado de sumisión es tan
elevado como el estado de incertidumbre.
Esta animosidad pasiva
es la que define a Georg. Sumado está su docilidad, la cual es descubierta por
el ritmo evocativo de la voz narradora. Un tono literario se apodera de la
historia que además descubre a una serie de personajes de aires fatalistas. La
tragedia y el pesimismo definen a esta realidad. Contrario a ese ánimo, es
curioso qué tan significativo surge el trabajo de la fotografía. Petzold se
empeña por descartar las escenas en penumbra. En su lugar, la luz del día y los
colores cálidos, típicos de la ciudad portuaria, se distinguen. Esa no
congruencia entre el estado de la coyuntura y la fotografía parecen dar pauta
de un ambiente de normalidad, a pesar de lo caótico que resulte. Podría también
responder a la naturaleza de su protagonista. Georg luce como el único
optimista dentro de ese entorno. Se permite fantasear con una familia, se da
licencia para enamorarse.
La personalidad de
Georg se conduce a la de un sujeto que parece no haber percibido del todo la
realidad que lo envuelve. Posiblemente, sea el último romántico de Europa,
empeñado en pensar que su eterno tránsito terminará por afincarlo a un lugar de
descanso. Obviamente, un deseo ingenuo y utópico el del protagonista. Es de
esperar que sus planes sufran contratiempos, consecuencia de sus inclinaciones
emocionales que no están al orden de su coyuntura. En tránsito descubre a un personaje que ampara al resto, que no
duda en ceder el paso. Nada que ver con los protagonistas del cine negro, que si
bien tienen algún momento de debilidad por su prójimo, no dejan de ser ambiguos
y oportunistas. Lo único que sí le espera a Georg, como tantos Robert Mitchum o
Humphrey Bogart, es un cierre trágico, un estanco, un hito más de fatalidad y
nostalgia en tierra de desterrados.
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