Esta nueva versión no tiene
la más mínima pretensión de querer ser fiel a la historia original de John
Carpenter y Debra Hill (1978). Halloween
(2018), en principio, ni si quiera es una slasher,
y las razones sobran. Y es que la sola idea de adaptar a la actualidad una
historia en donde una cacería solo se reduce a víctimas adolescentes que
decidieron acudir a actos impropios suena tan absurdo, no por lo anticuado,
sino por ser un impulso incongruente al comportamiento social de hoy. Por muy
violenta que sea su naturaleza, el slasher
siempre tuvo una base moralista y conservadora. Los niños no debían de hacer lo
que los adultos, caso contrario, el boogeyman
vendría a atraparlos. En esta versión de David Gordon Green vemos más bien a
padres siendo accesibles a los impulsos naturales de los adolescentes. El sexo
en esta realidad, nuestra realidad, ya ha dejado de ser tabú en muchos
espacios, por tanto, el slasher ha perdido
su motivación seminal dentro de nuestra coyuntura.
Cuarenta años después
del primer incidente, la sociedad es otra. Esa tranquilidad aparente de los suburbios
de la década de los 70 se ha perdido en algún punto del tiempo, desde esa vez
en que el “Mal” se escapó de un internado psiquiátrico para romper con esa fantasía
de la “vida americana” que vendía el neoliberalismo entonces en ascenso. La
paranoia, síntoma del pos trauma, es ahora parte del comportamiento social. Al
costado de un bloque de gente todavía viviendo en torno a la fantasía de los
trucos y tratos, otro bloque vive en un estado de inseguridad. Gordon Green nos
muestra a una sociedad en donde algunos niños aún salen en busca de dulces, y
otros cargan rifles. La nueva Halloween
involucra una extensión generacional. Nuevamente, Laurie (Jamie Lee Curtis)
forma parte de esta nueva pesadilla, sin embargo, su protagonismo implica a sus
descendientes. Así como la tradición de la Noche de Brujas, el trauma –o lo
histórico– se ha convertido en un síntoma/tradición que los hijos y nietos heredan
a fuerza.
Lo interesante de la
versión de Gordon Green no se reduce al panorama actualizado, el que de paso
convoca al comportamiento feminista –esa no dependencia de lo masculino para
sobrevivir– y suma sintetizadores a su clásico fondo musical, sino que también propone
una cacería a la inversa. A Laurie no la vemos sentada esperando a que el
pasado venga a buscarla una vez más. Es ella tomando las riendas, deseando que
eso que esperó todo ese tiempo llegará de una vez para ajustar cuentas. Es la
víctima asumiendo el rol de cazador. Es la niñera buscando al boogeyman. Esto no es novedad. Con casi
tres décadas de ventaja, Wes Craven, el director que de forma cautelosa comenzó
a filtrar a las primeras feministas dentro del género de terror, ya había
creado dicho mecanismo con La nueva
pesadilla (1994). Antes que Laurie, Heather –o Nancy– decidió adelantarse a
la pesadilla y cazar a su cazador.
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