“Dirigido por”. ¿Hasta
qué punto sería exacto adjudicar a Orson Welles esta película en la que
intervinieron en su conclusión final diversos personajes a los que se incluye Peter Bogdanovich? Cuarenta años después, con un
avance en la edición, cerca de 100 horas de material, además de apuntes e instrucciones
del mismo Welles, la película fue terminada por un grupo de expertos. Pero, ¿todo
se reduce a seguir las indicaciones para crear lo que el autor no alcanzó a
concretar? ¿Estamos hablando de una
nueva película de Orson Welles o de un acto de devoción? ¿A qué viene este
cuestionamiento? (Desde aquí, el vínculo entre la realidad y la ficción; tan
Welles) Resulta curioso que Peter Bogdanovich, un muy cercano a Welles, apasionado
de El ciudadano Kane (1941) y el
resto, quien se hizo director tal vez fantaseando –cosa que no pretendió reflejar en su cine–
ser algún día un “Welles”, protagonice en Al
otro lado del viento (2018) al director que además de ser socio es entusiasta
confeso del gran protagonista de la historia, ese personaje que es Welles y tantos
ególatras más.
El director Jake
Hannaford (John Huston), luego de un largo exilio en Europa, ha regresado a
EEUU para terminar una película inacabada. Lo que se verá en Al otro lado del viento no es más que el
circo organizado por el director. La ficción: adelantar a los medios su nuevo
material. La realidad: convertirse en el centro de atención, así como ha venido
sucediendo desde su primer gran largometraje. Hannaford es Welles, pero también el
mismo Huston y, definitivamente, Ernest Hemingway, citado en la
historia. Cada uno un genio creativo indiscutible, pero con esa debilidad de
controlar las cosas, direccionar su alrededor, caso Huston y Hemingway, y dándose
un tiempo para autodestruirse. La caza, la tauromaquia, el exilio, manías de
estos autores que huían del entorno, pero no podían vivir sin este, hasta el
punto que el ganador del Nobel hospedó en Cuba a un reportero para que sea
testigo de su retiro. Hannaford es la personalidad Welles, el alter ego que también
es Kane, Arkadin, el Harry de El tercer
hombre (1949), de Carol Reed, filme que soslaya la marca del director
estadounidense.
Al otro lado del viento tiene un arranque testimonial. Personajes definen el “mito”
Hannaford. Y este, el protagonista, fuera de campo, prófugo y esquivo en su propia
fiesta. Es el universo que se resiste a descubrirse o ser entendido. Esta
película no concretada por el mismo Welles nos revela a un individuo difuso, una
junta de rumores, tal vez exagerados por críticos de cine y periodistas. Desde
entonces, un sesgo de misterio cubrirá a Hannaford, quien después aparecerá en
el plató, siempre rodeado del humo nebuloso de su puro. Hannaford es tan incompleto
como su propia película, su “Al otro lado del viento” que tiene sus propios
misterios e incidencias que la convierten en un secreto no revelado, desde un
paquete hasta el actor de nombre John Dale (Robert Random), el que en cierto
momento de la historia tomará la posta y se convertirá en el centro de la
historia, en el nuevo enigma. Sin embargo, claro está que Dale no es más que
una extensión de Hannaford, ese descubridor de estrellas o hacedor de inventos que,
literalmente, le deben la vida. Hannaford nunca abandona el trono.
Al otro lado del viento reserva también su aire de cine negro, sobre cómo la
industria del cine de pronto se perfila como un campo de batalla plagado de
intrigas e intereses. Es una narrativa menos atractiva en comparación con su
primera parte que hace alusión al modo discurso de F for fake (1973). El trabajo de edición, esa manera de fabricar la
magia del cine, es activa y significativa en esta sección que nos introduce a
un cine dentro del cine en donde el director y protagonista finge asumir un rol.
Este dirige al elenco sin dejar de actuar. Actúa para su propia farsa. La
frontera de la ficción y la realidad se ven descubiertas y hasta confundidas.
No hay lugar en donde una cámara no deje de confrontar y, por tanto, la ficción
no deja de fabricarse, por muy documental u objetivo que quiera hacerse pasar. Definitivamente
está la marca de Orson Welles.
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