En Rutinas (2017) se descubren los
testimonios y métodos pedagógicos de docentes evocados a la enseñanza de arte.
La directora Paola Vela descubre con parsimonia las instrucciones y lecciones
de cada profesor como si se tratará de los primeros trazos a un lienzo en blanco.
Su dinámica nunca pierde el ritmo. Este documental no provoca drama e incluso empatía,
tampoco exige una propuesta visual. Es el encuadre recio a lo que es de su
interés: la limitación al diálogo entre el profesor y alumno, y que por momentos
sirva como manual de los principios del dibujo. Los cortadores de sillar (2018), por su lado, tiene la impresión de
ser también un documental que contempla una rutina, en este caso, el de los
canteros de sillar en Añashuayco. Lo cierto es que el director Alfredo
Benavides Watmough apenas nos descubre el hábito de este oficio, revela el
estado de contingencia al que están expuestos los cientos de trabajadores que
pertenecen a distintas asociaciones de dicha cantaría arequipeña, a pesar de
haber sido esta zona reconocida como Patrimonio Cultural. Este documental
resulta ser un aviso a la fragilidad de lo patrimonial.
En Prueba de fondo (2018) se descubre otra
rutina o, para ser más preciso, una disciplina: el atletismo en el departamento
de Huancayo. No es correcto decir que es un filme que se inclina solamente a la
imagen de Inés Melchor. La multipremiada atleta, en efecto, es centro dentro de
la película, sin embargo, no es la única protagonista. Este documental
realizado por Christian Acuña y Óscar Bermeo se encarga también de dar palestra
a los antecesores y las futuras promesas de este deporte. De pronto Melchor es
más estímulo que presencia, así como otros que triunfaron dentro del deporte.
Acuña y Bermeo realizan un documental compuesto por un guion que para bien respeta
el orden cronológico pues da virtud de méritos que son producto de un proceso
disciplinado. Prueba de fondo, además
de su valor inspirador, cumple con el registro correcto de una edición dinámica
que no encuentra bajos en su ritmo.
Diferente a este es Lima en la piel (2018). Este documental
no tiene la corrección de la anterior mencionada, y en cierta forma la misma se
puede convertir en un atractivo. La directora María José Moreno genera un
registro amateur. Su película por
momentos está compuesta por planos atropellados, movimientos de cámara sinuosos,
desenfoques de la lente y la intromisión vocal de la misma autora. La postura
de la directora es la de una “intruso” invadiendo las intimidades de un grupo
de personajes de estampa local. No es únicamente la cámara y el protagonista
tratando de ser sí mismo, sino que es también Moreno dialogando –desde el fuera
de campo– con sus protagonistas. En ocasiones somos testigos de sus direcciones
a los ahora actores. Ya para cuando sus personajes toman las riendas, es decir,
son ellos mismos, se revela el lado autentico de estos. No es casualidad que
los mejores momentos de Lima en la piel
son los instantes en que las rutinas se descubren, sea transitando por un
puente barranquino o a luz apagada en un hotel en el Centro de Lima.
Brujas (2017) es otro documental que busca retratar para ver más allá. La
directora Carmen Rojas Gamarra recorre las calles de Madrid y hace un sondeo a bandas
de tendencias punk compuestas por mujeres. El contenido da indicio que se está
incrementando una ola de estos grupos musicales que coinciden en cuestionar el
prejuicio de que una banda o género musical tiene que ser exclusividad de un
género, el masculino. Vale precisar que Brujas,
a pesar de que varias de sus protagonistas no se definan como tal, es un filme
de claras inclinaciones feministas. Ese es un detalle importante y, de paso,
una definición de su naturaleza y la lección social que aporta este movimiento.
La no militancia no necesariamente desvincula al individuo promedio de la
postura feminista, que es el abogar por una igualdad de género. Mismos derechos,
misma libertad de elección de roles y mutuo respeto entre hombres y mujeres.
Rojas capta significativos testimonios que se reducen al concepto en que todo
sujeto, por naturaleza, debe reaccionar frente a cualquier acto de represión
hacia al género. Brujas, tal vez sin
buscarlo, capta esa realidad degradante y cotidiana que padecen muchas mujeres,
y además no duda en publicar hasta las posturas más radicales del feminismo.
En Nervosa (2017) vemos también un tipo de
violencia que es ocasionalmente exclusiva a la mujer. Esta película de ficción toma
como protagonista a Alina, una adolescente que vive rodeada del juicio hacia el
cuerpo. El director Sebastián Plascencia aborda el tema de la bulimia desde la
hostil relación entre una madre y su hija. Para hacerlo más dramático, la
historia invoca el oficio del ballet, área sometida a un hábito riguroso en
donde el sobrepeso es un impedimento para el desarrollo y superación en este
tipo de baile. La frustración y el bloqueo anímico y físico de Alina comienzan
a generar en ella síntomas mentales. Su deseo de ser aprobada por su madre se
convierte en obsesión. Evidentes son las aspiraciones a quererse realizar una
versión de El cisne negro (2010).
Por su lado, Aj zombies! (2017) supera las
expectativas. La película de Daniel Martín Rodríguez, que originalmente tuvo un
formato de serie web, contiene el ritmo de una situación en vías del
apocalipsis. Todas las acciones son precipitadas, lo que de paso no da lugar a cuestionar
los hechos, y eso incluye a los disparatados giros cómicos que el director se
va ingeniando no solo para dar fluidez a la simplicidad de la trama –el de la road movie que moviliza de un punto a
otro a los protagonistas– sino también para otorgar ese aire de renovación a la
situación que siempre se reducirá a los personajes escapando de la jauría de
muertos vivientes. Es a propósito de este rasgo que Aj zombies! se convierte en un filme irreverente y creativo. Rodríguez
asume el humor de comedias de terror tipo Zombieland
(2009) o Lo que hacemos en las sombras (2014)
que combinan sketchs sacados de una sitcom o un impro, transpone la
naturaleza de su género –tiene de romance, de musical, de combate tarantinesco–
y la convierte en un pastiche, rompe con la cuarta pared. Es un filme que se construye
en base a una estética de lo bizarro, el gusto por lo camp debido a sus sobrecargos dramáticos o a lo kitsch debido a la trivialidad que
curiosamente funciona dentro de tanta excentricidad. Los personajes, cada uno
asumiendo un carácter distinto, a veces repelente al otro. Un final abierto y
conmovedor. Tiene de dramático. Tras la única muestra de afecto real y natural
que asume la más recia del grupo, la cámara asume un dolly out –clásico movimiento de cierre dramático de despedida– y la
música que cambia a un tono de congoja.
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