Desde sus primeras y densas
El mundo (2000) o Naturaleza muerta (2006) hasta las más
recientes, las películas de Jia Zhang-ke hacen apunte del tránsito de China al
actual milenio observado desde la conversión industrial. Sus historias inician
siempre con un retrato a la China tradicional, este compuesto en gran parte por
una sociedad de jornaleros, comunidades dependientes de una minera de carbón
que anuncia su decadencia, al igual que su propio contexto de texturas deterioradas.
Sus protagonistas serán los que nos transitarán a posteriores momentos, el de
una China que más bien resurgió y ha comenzado a adoptar nuevas tendencias,
como las musicales en Plataforma
(2000), o que incluso ha preferido migrar para estar más expuesto a la
renovación occidental, como sucede en Más
allá de las montañas (2015). Ash is Purest
White (2018) no es ajeno a este trayecto épico, en este caso, conducido por
una pareja de amantes separados por un acto de lealtad.
Luego de cumplir una condena,
Qiao (Tao Zhao) va en busca del hombre que amó y además le dictó los valores de
la hermandad a la que ambos se vincularon. Zhang-ke gusta de los personajes que
parecen extraviados a propósito de un estanco íntimo que de alguna forma contrasta
con las reformas que el país asiático ha comenzado a emplear desde el 2000 en
adelante. A Qiao la vemos reclamando algo que se ha extinguido. Del amor y las
normas del hampa en el presente ya no queda sino el recuerdo. Ash is Purest White nos retrata a una
sociedad que si bien ha perdurado al ritmo del progreso social, esta reprime un
estado de resignación. Es la imagen de una sociedad aparente, solitaria y
dolida por dentro. Si bien el pueblo de Qiao nunca pasó a la postergación, en la
posteridad esa suerte parece haber recaído en su ánimo como en otros
habitantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario