El cine de Hirokazu
Koreeda dialoga en base al orden tradicional de la familia japonesa. En tanto,
los conflictos de su filmografía en parte se originan a propósito de la ruptura
o trasgresión hacia el valor de lo tradicional. Es con mucha razón su vínculo
al cine de Yasujiro Ozu. Lo cierto es que Koreeda ha actualizado esos
estimulantes que gestan dichas disfuncionalidades. Si Ozu asistía a los
conflictos primarios (por ejemplo, el de la consideración a los más ancianos) y
luego a los modernos (el desarrollo urbano que comienza a menospreciar su
origen rural), Koreeda piensa en los comportamientos de lo contemporáneo. Incluso
en Still walking (2008), su película más
emparentada al cine de Ozu, el celular no deja de tener una funcionalidad que
incrementa el abismo entre padres e hijos. No por eso, Koreeda descuida los
principios de su maestro. La vejez, la muerte y la herencia son tópicos indesligables
en su cine, a la que se incluye Un asunto de familia (2018).
Con Nadie sabe (2004), el japonés ya antes
había adoptado el tema de la pobreza siendo su protagonista un pequeño grupo de
infantes. Lo que entonces gestó Koreeda fue un acercamiento a lo que podría
haber generado el neorrealismo italiano en su mejor momento. Es un drama brutal
por su efecto humano y realista. En esa historia no hay espacio para el
optimismo. Cualquier indicio de tranquilidad y alegría es pasajera, y el hecho
que los comprometidos sean menores, es el aditivo que conmueve aún más. En Un asunto de familia algunos de los
protagonistas también son niños, y siendo el panorama inmediato un ambiente
menesteroso, tiempo difícil para el ciudadano promedio –síntoma contemporáneo–,
se presenta más bien como una comedia ligera. Una familia adopta a una niña;
esa es la premisa de esta historia. Lo cierto es que la definición de familia y
adopción serán cuestionables dado las orientaciones de este círculo conformado
por personajes que dentro de sus virtudes no dejan de manifestar
comportamientos también cuestionables.
Koreeda nos conduce a
una historia llena de humanidad, personas compartiendo lo poco que tienen,
poniéndose el hombro el uno al otro, promoviendo una fantasía de unidad y abnegación,
pero también es el internamiento a un círculo despreciable, personajes
interesados e hipócritas, en donde sus rasgos grotescos o impúdicos poseen un
velo decente. Esta historia ligera y acomedida tiene enemigos que quieren pasar
desapercibido, siendo los ofendidos los menores. En un punto de la trama, la
rutina de estos pillos tomará un rumbo inesperado a causa del personaje menos
pensado. A partir de entonces se descubrirán las caretas y el drama se expresará
de pies a cabeza. Lo curioso es que siempre estuvo ahí, sin embargo, por una
razón intencional Koreeda lo reserva a fin de dialogar con ese principio de la
familia tradicional que ha sido ultrajada por razones propias de la actualidad.
¿En qué punto lo no tradicional, o lo disfuncional, puede ser más decente que
la misma tradicionalidad?
Un asunto de familia, así como Nadie sabe,
hace una crítica frontal a las fantasías de las tradiciones japonesas que no
prestan atención a los valores primarios. El afecto y la decencia son
principios que rescatarían a los menores –los más desvalidos–, de la crisis o
el estancamiento. Tanto los padres postizos como los padres de la patria faltan
por lo menos a una de ellas. Por mucho que la ley ponga en “orden” alguna
situación de urgencia, similares casos no dejarán de propagarse si no se atiende
a los valores familiares, y viceversa. Baste que uno falte, el sino de la
sociedad estará destinado al error cíclico. La nueva película de Hirokazu Koreeda
también se alinea a la sombra del neorrealismo italiano: son tiempos de dificultades,
personajes viven con optimismo, pero la indecencia les gana la partida. Así
como en la fílmica de Vittorio De Sica, eso no evita que haya momentos
decentes, muy humanos. Conmovedora la escena de la playa –esa despedida y preámbulo
al fin de la fantasía–, uno de los pocos indicios en donde no todo fue
indecoroso.
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