La ópera prima de
Ignacio Juricic distribuye con reserva los detalles de una tragedia familiar
que se expone de forma caótica y difusa. No hay pariente que logre expresar con
precisión y linealidad los acontecimientos previos a la muerte de una de las
hijas de Nancy (Roxana Campos), y eso, en efecto, es el propósito de este
filme. Enigma (2018) retrata un
testimonio colectivo plagado de interrogantes. Personajes comienzan a recordar
y cotejar detalles entorno a una muerte que en su momento no se preocuparon por
indagar a fondo o cuestionar. Aunque no existe una referencia directa al
tópico, esta película chilena parece hacer una remembranza al fantasma
histórico sobre desaparecidos no reclamados. Por cosas del destino, Nancy
tendrá la opción de conocer los detalles de la muerte –muy violenta– de su
hija.
Juricic atrae a esta
madre al terreno de la redención hacia su ser querido que fue ultimada a manos del
fanatismo o la tiranía; no se sabe. No hay seguridad del motor del crimen, y lo
cierto es que la película no está interesada en aclarar ese punto. Su estímulo
prioritario es el de remover la conciencia de los familiares, despertar la
curiosidad y el compromiso de estos hacia la víctima, a fin de que rompan con un
prejuicio socialmente latente que es una camisa de fuerza. Enigma relata la historia de una familia pasando por alto una
tragedia con el fin de negar la condición homosexual de su familiar
desaparecido. La homosexualidad para este grupo está más allá del tabú, es un
tema de conversación que no dudan en censurar incluso al punto de dejar en
vigencia la impunidad.
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