Dos detalles en la nueva
historia de Hong Sang-soo que hacen una variación de lo que ha venido
realizando durante estos últimos años. En El
hotel a orillas del río (2018), el director se inclina por una narración
lineal. Distintas han sido las formas en que el realizador surcoreano ha
abordado una historia. Acá, sin embargo, la trama no se ve alterada por el
orden temporal. Respecto al contenido, su protagonista principal pertenece a
una generación atrás de la usual. Hasta su anterior película, Hong retrataba
historias sobre adultos expertos y aclamados –en cierta medida, narcisistas– en
su oficio, aunque inmaduros cuando se trata del amor. Ellos son los eternos infieles,
egoístas, frágiles y dramáticos. En su última película, vemos en primer plano a
una versión veterana de esa personalidad fetiche.
Luego de años de
distanciamiento, un prestigioso y curtido poeta cita a una reunión a sus dos
hijos. Recientes pesadillas en la que presagia su muerte lo han motivado a
convocarlos. Esta es la premisa de un reencuentro que revelará una serie de
resentimientos. Hong parece ingresar a una etapa en la que comienza a
preguntarse por la naturaleza de sus personajes: cuáles son sus antecedentes, a
qué se deben sus desequilibrios románticos. En El hotel a orillas del río, los conflictos personales de los
personajes de Hong responden a un síntoma hereditario. En esta historia,
observamos cómo los hijos remedan los defectos del padre. Es decir, la
filmografía del director pone en evidencia que este es un drama que además de
no tener enmienda, trasciende a los descendientes.
Esto ya de por sí
implica una conclusión trágica, aunque Hong Sang-soo desea que esto sea textual
a partir del caso de un padre que en pleno clima gélido se observa a puertas de
la muerte. Es curioso cómo a pesar de esta posibilidad, el poeta no deja de
aflorar ese lado imperfecto que para sus hijos ha resultado ser en sus vidas un
patrimonio del que reniegan. La tragedia no solo ronda a estos familiares ante
el probable deceso del patriarca, sino por la propia condena que cargan los
sucesores. El divorcio o la imposibilidad de mantener una relación perpetran
ese sentido trágico en el historial familiar. De alguna manera, el fracaso
romántico encausa a un estado dramático crítico. Basta relacionar esta idea con
la segunda historia que se cruza. Unas mujeres, quienes revelan similares
debilidades de los hombres, se ven terriblemente implicadas a la principal
tragedia. Tal vez no por efecto de una coincidencia, sino una sanción
correspondiente.
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