El mejor Bong Joon-ho
desde Madre (2009). Por un lado, la
genialidad del director surcoreano radica de lo imprescindible. Desde su ópera
prima, Barking Dogs Never Bite (2000),
hasta su anterior mencionada, descubre tramas que están en un pleno ejercicio
de lo inesperado. Pero no estamos tratando de simples giros engañosos o que solo
buscan emerger despegues dramáticos. Sus giros son quiebres inconsecuentes y
que incluso, ocasionalmente, rompen con la lógica. Ahora, este tipo de
argumentos no resultan ser incoherentes dentro de su típico ánimo inclinado al
humor negro. Los personajes de Bong neutralizan el marco dramático o trágico que
envuelve a sus historias a partir de su naturalidad cómica y caricaturesca.
Son, por ejemplo, los detectives distraídos y torpes, aunque bien intencionados,
de Memorias de un asesino en serie (2003)
–de lejos, la mejor película del director– enfrentando una ola feminicida, o el
padre en El huésped (2006) que
intenta rescatar de un monstruo a su pequeña hija, mientras reproduce una serie
de gags durante su búsqueda.
Sin embargo, Bong está
lejos de estancarse en la comedia. Sus películas hacen un avistamiento al
panorama social o coyuntural, lo que invoca a un cuestionamiento o reflexión
urgente de lo representado. Es de esta forma que lo ridículo o grotesco, se convierte
en sátira, y Parásitos (2019) es un
gran ejemplo de esta construcción buñueliana. Todo empieza desde que el hijo de
una familia menesterosa logra un puesto de trabajo dentro de una familia
adinerada. Es a partir de este “golpe de suerte”, que el adolescente, fruto del
pillo ingenio, comenzará a persuadir a sus jefes a que contraten uno por uno a
sus familiares bajo embusteras modalidades. De plano, Bong provoca la comedia
excéntrica como mecanismo de crítica. Las prácticas de supervivencia con las
que se presenta esta familia pobre rozan con lo burlesco y lo alarmante. Se identifica
de inmediato a un círculo que se alimenta del conformismo, a pesar de sus
destrezas, tanto físicas como intelectuales; capacidades que explotan
únicamente para fines oportunistas.
Así como en Un asunto de familia (2018), observamos
que los menores han aprendido de las malas costumbres de los mayores, aunque a un
punto de apropiarse de estas mañas como parte suya. Es por esta misma razón que
es el hijo –y no uno de los padres– quien emprende esta sociedad de empleados
farsantes que logra introducirse a una mansión, y es a propósito de esa premisa
que Bong funda una metáfora a partir del título de su película. Parásitos trata sobre el ingreso de un
agente a un espacio o cuerpo ajeno con una única intención: depender del otro. Literalmente,
los huéspedes se alimentan de sus anfitriones sin que estos últimos tengan
conciencia de la presencia de los primeros. Aunque eso no queda ahí. Lo que en
principio de la historia resulta ser un cuento sobre el parasitismo, más
adelante, consecuencia de la gesta de otras metáforas que aluden a la rutina
laboral de los “aprovechados”, se comienza a revelar una paradoja.
El nuevo filme del
surcoreano no solo es el retrato arribista de una clase baja, sino también el
retrato esclavista de una clase alta. Es decir, es el encuentro entre dos
clases de parásitos. Ambos, de alguna u otra manera, sobreviven en base a la
existencia del otro. La preservación de uno de los lados de esa sociedad da
sentido a su reverso. En Parásitos,
reconocemos a antagónicos que a su vez son socios. Existe una relación simbiótica
entre estas dos familias, una explotación recíproca, pero que se expresa de una
manera totalmente distinta. Mientras que los pobres se aprovechan a conciencia,
los ricos lo hacen inconscientemente. He ahí uno de los dilemas dramáticos de
la realidad social que grafica Bong. A fin de cuentas, ¿qué es más perverso?
¿Es la indigencia aislada a un estado de resignación o el sometimiento
involuntario que alienta la brecha social? ¿Cuál de las familias es más amoral?
¿Los que a diario fabrican nuevas formas para hurtar o los que han asumido la
dominación del más débil como algo normalizado o congénito?
En definitiva, hay una
lucha de clases, y, como era de esperarse, en un enfrentamiento simbólico, son
los más pobres los que tienen las de perder. Lo curioso es que Bong ya va
adelantando el resultado a partir de la puesta arquitectónica. En su película
vemos a los pobres compartiendo la misma planta alta con los ricos, es decir,
estando a un mismo nivel de hábitat fruto del puro genio. Pero el hecho es que
esta imagen no deja de ser un fantasía, pues en la realidad –e incluso en el
terreno de lo absurdo o metafórico de la historia– los pobres siguen viviendo y
refugiándose en una planta baja. Parásitos
es críticamente aguda desde su retórica mordaz. Bong Joon-ho, así como en
sus mejores películas, promueve un estado hilarante en medio de lo trágico. Lo
cierto también es que siempre hay un momento de seriedad literal. El final de
esta y otras de sus películas son potentes por su alto nivel de frustración.
Elemental entender el sentido del concepto de planificación dentro de un Estado
desequilibrado. La planificación dentro de esta realidad por momentos no tiene sentido.
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