La nueva película de
Rafael Arévalo, además de hacer tributo, emprende una labor de investigación. Cinema inferno (2019) relata la historia
de un cronista realizando una última redacción para una revista a puertas de su
cierre sobre los antiguos cine en Lima. La decadencia de lo tradicional es una
constante en la película que en gran parte es una hoja de ruta a los cines
reemplazados por iglesias evangélicas, negocios de repuestos o multicines. El
protagonista va de distrito en distrito, y visita las fachadas de las ex salas,
desde las más emblemáticas hasta las que tuvieron un fugaz tránsito. Lo
interesante de la película son los instantes en que emergen algunos personajes
extra, entrometidos o chismosos de paso, civiles que al enterarse de la
indagación del reportero deciden aportar con algún dato o apunte que enriquece
tanto la futura crónica como al mismo filme.
Un detalle curioso es
que Arévalo opta por una voz en off
para conducir su historia. Desde los diálogos a los pensamientos de los
protagonistas, son expresados mediante la superposición de las voces, como
dando la impresión de que lo representado es de por sí una crónica; y es que en
cierta manera lo es. Cinema inferno
es la crónica de los tradicionalistas viéndose forzados a pasar al retiro. El
mismo protagonista –periodista maduro, cinéfilo empedernido que en cierto
momento de su vida dejó de ingresar a las salas de cine a causa de una
fatalidad– se ve expuesto a un entorno que lo tienta a desvincularse con su
modo de usanza de consumir cine o modo de componer sus propias redacciones.
Aunque no se perciba del todo, la película tiene la intención de crear una
atmósfera melancólica, pero es más efectiva su motivación reflexiva y reparadora.
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