jueves, 27 de octubre de 2022

El corazón de la luna

Lo fantástico como escape de la tragedia es un mantra que se representa en la historia de una solitaria anciana atormentada por sus recuerdos. El corazón de la luna (2021) relata un drama de corte íntimo y social desde los códigos de la fantasía, género que además de respaldar el discurso alegórico de Aldo Salvini, resulta también ser modo de expresión que emite una personalidad excéntrica reconocida en su filmografía. Un ejemplo de ello es su clásico Bala perdida (2001), en donde la ciudad del Cusco descubre un escenario de bajos fondos, vaporoso y arcano, madriguera de individuos que parecen estar siempre poseídos por las esencias psicotrópicas, lo que los hace divertidos, pero también impredeciblemente peligrosos. En su nueva película, estamos en una ciudad no muy lejana de ese ambiente, casi siempre contemplado desde la nocturnidad, alumbrado por luces de neón y decorado por una fauna mixta, desde las criaturas “civilizadas” hasta las más instintivas. Ahora, la diferencia entre estas historias es que en Bala perdida el escenario acosa al protagonista, quien no deja de ser pasivo ante el abordaje invasivo. En tanto, en El corazón de la luna la protagonista es más bien invisible a la vista del resto.

Salvini tiene una profunda debilidad por los retratos marginales. Los desadaptados o apartados sociales son para el director un puente para reconocer el rostro oculto de un contexto carente de empatía o percepción hacia aquellos que concentran una riqueza humana o al menos una pauta para comprender los problemas sociales dominantes. En su cortometraje El gran viaje del capitán Neptuno (1990), así como en su documental El caudillo pardo (2005), tenemos a dos demenciales protagonistas que, en medio de sus impulsos transgresores y revolucionarios fundados por un pensamiento vulgar y nocivo, emiten momentos de buen tino. Tal vez en algún punto de sus vidas fueron benefactores sociales corrompidos por los efectos de un desinterés colectivo o descuido paternalista. Misma hipótesis parece recaer en la protagonista de El corazón de la luna, esa anciana que casi siempre la vemos mirando al piso fruto del peso de los costalazos que tiene que llevar a cambio de unas monedas y porque no hay mucho que ver o escuchar en un mundo sometido por el ensimismamiento. Aquí la gente se desmaya en medio del frío o se desangra a mitad de la calle y eso no impide que cada uno siga en lo suyo. Todos, sea producto del alcohol o la rutina, están ebrios de egoísmo. De ahí por qué es conveniente crearse un mundo alterno para sobrevivir.
El corazón de la luna relata la historia de la mujer que se asoció a un mundo fantástico como mecanismo de defensa ante la indiferencia de su mundo real. Lo que ve esta anciana es un efecto sintomático, una suerte de estrategia para sobrellevar ese peso físico que la encorva, pero sobre todo le ayuda a confrontar los recuerdos trágicos que la atormentan. Obviamente, y viniendo del universo de Salvini, esta es una proyección estrafalaria, una idea sacada de un cine de serie B, como muchas escenas de Django: sangre de mi sangre (2018). El panorama que se pone ante los ojos de la protagonista no está lejos de las visiones cocainómanas de los personajes de Bala perdida, aunque su sentido es puramente compasivo. Ese efecto demencial que emerge de la realidad de la anciana es el principio de una dolencia dramática. Antes de ser una película fantástica, El corazón de la luna es un sentido drama que se concentra únicamente en la figura de su personaje principal. La ciudad es solo un trasfondo. Lo que le interesa a Aldo Salvini es atender a su protagonista y su universo interno, tanto el trágico como el reparador. De ahí por qué resulta coherente considerar la interpretación de Haydeé Cáceres como la mejor bondad de la película, pues es sobre la esencia de su personaje y la fuerza de su performance que se crea ese vínculo empático que escasea en la ficción.

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