Lo fantástico como escape de la tragedia es un mantra que se representa en la historia de una solitaria anciana atormentada por sus recuerdos. El corazón de la luna (2021) relata un drama de corte íntimo y social desde los códigos de la fantasía, género que además de respaldar el discurso alegórico de Aldo Salvini, resulta también ser modo de expresión que emite una personalidad excéntrica reconocida en su filmografía. Un ejemplo de ello es su clásico Bala perdida (2001), en donde la ciudad del Cusco descubre un escenario de bajos fondos, vaporoso y arcano, madriguera de individuos que parecen estar siempre poseídos por las esencias psicotrópicas, lo que los hace divertidos, pero también impredeciblemente peligrosos. En su nueva película, estamos en una ciudad no muy lejana de ese ambiente, casi siempre contemplado desde la nocturnidad, alumbrado por luces de neón y decorado por una fauna mixta, desde las criaturas “civilizadas” hasta las más instintivas. Ahora, la diferencia entre estas historias es que en Bala perdida el escenario acosa al protagonista, quien no deja de ser pasivo ante el abordaje invasivo. En tanto, en El corazón de la luna la protagonista es más bien invisible a la vista del resto.
jueves, 27 de octubre de 2022
El corazón de la luna
Salvini tiene una profunda
debilidad por los retratos marginales. Los desadaptados o apartados sociales
son para el director un puente para reconocer el rostro oculto de un contexto
carente de empatía o percepción hacia aquellos que concentran una riqueza
humana o al menos una pauta para comprender los problemas sociales dominantes.
En su cortometraje El gran viaje del capitán Neptuno (1990), así como en
su documental El caudillo pardo (2005), tenemos a dos demenciales
protagonistas que, en medio de sus impulsos transgresores y revolucionarios
fundados por un pensamiento vulgar y nocivo, emiten momentos de buen tino. Tal
vez en algún punto de sus vidas fueron benefactores sociales corrompidos por
los efectos de un desinterés colectivo o descuido paternalista. Misma hipótesis
parece recaer en la protagonista de El corazón de la luna, esa anciana
que casi siempre la vemos mirando al piso fruto del peso de los costalazos que
tiene que llevar a cambio de unas monedas y porque no hay mucho que ver o
escuchar en un mundo sometido por el ensimismamiento. Aquí la gente se desmaya
en medio del frío o se desangra a mitad de la calle y eso no impide que cada
uno siga en lo suyo. Todos, sea producto del alcohol o la rutina, están ebrios
de egoísmo. De ahí por qué es conveniente crearse un mundo alterno para
sobrevivir.
El corazón de la luna relata la historia de la mujer
que se asoció a un mundo fantástico como mecanismo de defensa ante la
indiferencia de su mundo real. Lo que ve esta anciana es un efecto sintomático,
una suerte de estrategia para sobrellevar ese peso físico que la encorva, pero
sobre todo le ayuda a confrontar los recuerdos trágicos que la atormentan.
Obviamente, y viniendo del universo de Salvini, esta es una proyección
estrafalaria, una idea sacada de un cine de serie B, como muchas escenas de Django: sangre de mi sangre (2018). El panorama que se pone ante los ojos de la
protagonista no está lejos de las visiones cocainómanas de los personajes de Bala
perdida, aunque su sentido es puramente compasivo. Ese efecto demencial que
emerge de la realidad de la anciana es el principio de una dolencia dramática.
Antes de ser una película fantástica, El corazón de la luna es un
sentido drama que se concentra únicamente en la figura de su personaje
principal. La ciudad es solo un trasfondo. Lo que le interesa a Aldo Salvini es
atender a su protagonista y su universo interno, tanto el trágico como el
reparador. De ahí por qué resulta coherente considerar la interpretación de Haydeé
Cáceres como la mejor bondad de la película, pues es sobre la esencia de su
personaje y la fuerza de su performance que se crea ese vínculo empático que
escasea en la ficción.
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