lunes, 31 de agosto de 2015

Wes Craven (1939 - 2015)

Solo para resumir la importancia de Wes Craven para el género de terror, hago cita a tres de sus películas. La primera, su ópera prima, La última casa a la izquierda (1972), uno de los primeros filmes estrenados en EEUU a nivel comercial que manifestaba sin vergüenza una trama grotesca para aquel entonces; el abuso sexual a un par de adolescentes. Las imágenes son gráficas apelando además al gore, subgénero de terror que de igual forma, hasta esos años, solo había sido difundido mediante salas clandestinas o alternativas. Fueron, por ejemplo, las películas de Herschell Gordon Lewis o John Waters, quien por cierto para ese mismo año estaba estrenando su filme de culto Pink flamingos (1972).  Craven parece remembrarse al primero, esto al realizar una trama que mezcla lo perturbador con el humor negro. El grupo de yonkis de La última casa a la izquierda es como la representación, también excéntrica, del estereotipo de dementes rurales que Gordon Lewis manifiesta en 2000 maníacos (1964). Ambos directores convierten a sus personajes en caricaturas, casi como parodiando gags de ataño. Caso en el filme de Craven, son acompañados además de un fondo musical que los entorpece, como si se quisiese crear un ambiente cómico.
La última casa a la izquierda emana más bien una risa macabra. Más adelante veremos a esos mismos comediantes realizando una serie de barbaridades. El filme es cruel y angustiante en su primera parte. El castigo y la violencia sexual impacta, algo que años después le serviría de inspiración a Meir Zarchi para realizar I spit in your grave (1978). La otra mitad de la ópera prima de Craven es un vuelco de la trama y además una compensación hacia esos otros personajes que hasta entonces eran los secundarios; los padres de una de las víctimas. La última casa a la izquierda es un filme sobre la venganza, una que como dicta el refrán se sirve en plato frío. Esto también es elemental para el género. Es tal vez el primer filme de terror en donde los protagonistas hacen justicia con sus propias manos. Dicho esto, la película de Craven es una compensación para el espectador, uno que de seguro se deleita mientras observa cómo los deudos desatan su furia (igual de sádica) sobre los criminales. La última casa a la izquierda va educando el lado perverso del espectador mediante una justicia tan divina como violenta.

Pesadilla en Elm Street (1984), por su lado, varió las reglas de juego en el subgénero slasher. Hasta entonces Jason Voorhees o Michael Myers habían encasillado al asesino de adolescentes de cuerpo fornido, rostro detrás de una máscara y dispuesto de un arma de dimensiones que simulaban a una representación fálica. Freddy Krueger atenta contra estas normas. Este es de pocas carnes, rostro desnudo y unas garras de metal que si bien no deja de ser grotesco le degrada agresividad. Adicionalmente, este personaje posee personalidad, cuestión que es nula tanto en Voorhees o en Myers, ambos personajes silentes y pétreos. Krueger en su lugar juguetea con sus víctimas. Los intimida, se burla de ellos y, finalmente, los caza. El otro gran distintivo tiene que ver con la verdadera arma de este personaje de culto, algo que no tiene nada que ver con su guante metálico. Son las pesadillas la verdadera arma de Krueger. A diferencia de los otros cazadores de adolescentes, el protagonista de Pesadilla en Elm Street es un ser surreal.
Si Voorhees o Myers sobrenaturalmente se recuperaban de algún mortal ataque de sus víctimas, Krueger resultaba ser casi intocable. Combatir contra ese monstruo simplemente implicaba rehuir al sueño o despertar en el momento indicado. Craven había creado una alianza entre el cine de fantasmas y el slasher. Su película además no había abandonado ese estilo tétrico para generar el humor negro. De ahí lo fundamental que era la personalidad paródica de Krueger al momento de intimidar a los adolescentes en sus sueños, quienes previamente habían tenido pensamiento pecaminosos (regla que siguen los aspirantes a víctimas).  Pesadilla en Elm Street, sin embargo, hace una reforma más. Al igual que en predecesoras películas slasher, la mujer virgen es la heroína por excelencia, muy a pesar, Craven le otorga ciertas dotes para sobrevivir dignamente. A diferencia de “las Jamie Lee Curtis” (Halloween, Prom night o La niebla), la heroína de Craven no se cae al momento de correr. Grita, mas no deja de ser racional para cuando el peligro se le viene encima. Pesadilla en Elm Street desmitifica a la virgen que se salva por “pura suerte” al otorgarle juicio al momento de vivir su propia pesadilla.

Finalmente está Scream (1996), filme que definitivamente abría paso a una nueva etapa del slasher. Así como John Carpenter, Tobe Hooper, Sean S. Cunningham (productor y director), Craven perteneció a la escuela de directores que habían sedimentado y construido este subgénero de terror. Hasta antes de ellos, películas como Peeping Tom (1960) o la misma Psicosis (1960) asumían arquetipos y tramas independientes. Solo el asesino coincidía en ser un individuo más, nada espectacular salvo por la locura perturbadora y compleja que lo sometía. Con los directores mencionados, el terror se renovó. Por ejemplo, la personalidad del gótico Frankenstein se reinterpretó a la visión urbana de Michael Myers. No más castillos, casas u hoteles lúgubres a mitad de la carrera a plena lluvia. Los suburbios o zonas descampadas se convirtieron en los espacios ideales. Muy a pesar, tanto Craven como sus colegas fueron fascinados de la fílmica de sus predecesores, desde sus clásicos hasta los de serie B sobre seres de otros mundos. Esto no impidió que dicha generación repensara la herencia y creara su propio estilo.
Craven con Scream hizo una reflexión al slasher. Fiel a sí mismo, con aire burlesco recrea una especie de parodia. Un asesino enmascarado ha comenzado a matar a víctimas (en gran parte) adolescentes. En su camino, el director crea personajes obsesionados con las películas de horror, especialmente las slasher. Pero, así como son seguidores de estos, son también los críticos más asiduos de este subgénero. Lo cómico e irónico llega para cuando estos mismos se vean inmersos en su propia película de terror, e irán cometiendo esos percances que tanto criticaban. Como lo señala un reciente libro de José Carlos Cabrejo, Scream es un ejercicio metaficcional, en donde tanto los protagonistas como la historia se esfuerzan por limitar esa separación entre lo real y lo ficticio, originando una dialéctica entre ambos espacios. Para el final de la trama, el asesino no era solo uno. La motivación de estos además no era una historia de ultratumba, sino una situación pasional. Los verdugos, sin embargo, se autonombran herederos de Norman Bates, por esa locura que los caracteriza. El filme concluye con una burla, pero también una lección de cine sobre ese ánimo de renovar sin olvidarse de los padres fílmicos. A Wes se le va extrañar.

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