Solo para resumir la
importancia de Wes Craven para el género de terror, hago cita a tres de sus
películas. La primera, su ópera prima, La
última casa a la izquierda (1972), uno de los primeros filmes estrenados en
EEUU a nivel comercial que manifestaba sin vergüenza una trama grotesca para
aquel entonces; el abuso sexual a un par de adolescentes. Las imágenes son
gráficas apelando además al gore,
subgénero de terror que de igual forma, hasta esos años, solo había sido
difundido mediante salas clandestinas o alternativas. Fueron, por ejemplo, las
películas de Herschell Gordon Lewis o John Waters, quien por cierto para ese
mismo año estaba estrenando su filme de culto Pink flamingos (1972). Craven
parece remembrarse al primero, esto al realizar una trama que mezcla lo
perturbador con el humor negro. El grupo de yonkis de La última casa a la izquierda es como la representación, también
excéntrica, del estereotipo de dementes rurales que Gordon Lewis manifiesta en 2000 maníacos (1964). Ambos directores
convierten a sus personajes en caricaturas, casi como parodiando gags de ataño. Caso en el filme de
Craven, son acompañados además de un fondo musical que los entorpece, como si
se quisiese crear un ambiente cómico.
La última casa a la izquierda emana más bien una risa macabra. Más
adelante veremos a esos mismos comediantes realizando una serie de
barbaridades. El filme es cruel y angustiante en su primera parte. El castigo y
la violencia sexual impacta, algo que años después le serviría de inspiración a
Meir Zarchi para realizar I spit in your
grave (1978). La otra mitad de la ópera prima de Craven es un vuelco de la
trama y además una compensación hacia esos otros personajes que hasta entonces
eran los secundarios; los padres de una de las víctimas. La última casa a la izquierda es un filme sobre la venganza, una
que como dicta el refrán se sirve en plato frío. Esto también es elemental para
el género. Es tal vez el primer filme de terror en donde los protagonistas
hacen justicia con sus propias manos. Dicho esto, la película de Craven es una
compensación para el espectador, uno que de seguro se deleita mientras observa
cómo los deudos desatan su furia (igual de sádica) sobre los criminales. La última casa a la izquierda va educando
el lado perverso del espectador mediante una justicia tan divina como violenta.
Pesadilla en Elm Street (1984), por su lado, varió las reglas de juego en el
subgénero slasher. Hasta entonces
Jason Voorhees o Michael Myers habían encasillado al asesino de adolescentes de
cuerpo fornido, rostro detrás de una máscara y dispuesto de un arma de
dimensiones que simulaban a una representación fálica. Freddy Krueger atenta
contra estas normas. Este es de pocas carnes, rostro desnudo y unas garras de
metal que si bien no deja de ser grotesco le degrada agresividad.
Adicionalmente, este personaje posee personalidad, cuestión que es nula tanto
en Voorhees o en Myers, ambos personajes silentes y pétreos. Krueger en su
lugar juguetea con sus víctimas. Los intimida, se burla de ellos y, finalmente,
los caza. El otro gran distintivo tiene que ver con la verdadera arma de este
personaje de culto, algo que no tiene nada que ver con su guante metálico. Son
las pesadillas la verdadera arma de Krueger. A diferencia de los otros cazadores
de adolescentes, el protagonista de Pesadilla
en Elm Street es un ser surreal.
Si Voorhees o Myers
sobrenaturalmente se recuperaban de algún mortal ataque de sus víctimas,
Krueger resultaba ser casi intocable. Combatir contra ese monstruo simplemente
implicaba rehuir al sueño o despertar en el momento indicado. Craven había
creado una alianza entre el cine de fantasmas y el slasher. Su película además no había abandonado ese estilo tétrico
para generar el humor negro. De ahí lo fundamental que era la personalidad
paródica de Krueger al momento de intimidar a los adolescentes en sus sueños,
quienes previamente habían tenido pensamiento pecaminosos (regla que siguen los
aspirantes a víctimas). Pesadilla en Elm Street, sin embargo, hace
una reforma más. Al igual que en predecesoras películas slasher, la mujer virgen es la heroína por excelencia, muy a pesar,
Craven le otorga ciertas dotes para sobrevivir dignamente. A diferencia de “las
Jamie Lee Curtis” (Halloween, Prom night o La niebla), la heroína de Craven no se cae al momento de correr.
Grita, mas no deja de ser racional para cuando el peligro se le viene encima. Pesadilla en Elm Street desmitifica a la
virgen que se salva por “pura suerte” al otorgarle juicio al momento de vivir
su propia pesadilla.
Finalmente está Scream (1996), filme que definitivamente
abría paso a una nueva etapa del slasher.
Así como John Carpenter, Tobe Hooper, Sean S. Cunningham (productor y director),
Craven perteneció a la escuela de directores que habían sedimentado y
construido este subgénero de terror. Hasta antes de ellos, películas como Peeping Tom (1960) o la misma Psicosis (1960) asumían arquetipos y
tramas independientes. Solo el asesino coincidía en ser un individuo más, nada
espectacular salvo por la locura perturbadora y compleja que lo sometía. Con
los directores mencionados, el terror se renovó. Por ejemplo, la personalidad
del gótico Frankenstein se reinterpretó a la visión urbana de Michael Myers. No
más castillos, casas u hoteles lúgubres a mitad de la carrera a plena lluvia.
Los suburbios o zonas descampadas se convirtieron en los espacios ideales. Muy
a pesar, tanto Craven como sus colegas fueron fascinados de la fílmica de sus
predecesores, desde sus clásicos hasta los de serie B sobre seres de otros
mundos. Esto no impidió que dicha generación repensara la herencia y creara su
propio estilo.
Craven con Scream hizo una reflexión al slasher. Fiel a sí mismo, con aire
burlesco recrea una especie de parodia. Un asesino enmascarado ha comenzado a matar
a víctimas (en gran parte) adolescentes. En su camino, el director crea
personajes obsesionados con las películas de horror, especialmente las slasher. Pero, así como son seguidores
de estos, son también los críticos más asiduos de este subgénero. Lo cómico e
irónico llega para cuando estos mismos se vean inmersos en su propia película
de terror, e irán cometiendo esos percances que tanto criticaban. Como lo
señala un reciente libro de José Carlos Cabrejo, Scream es un ejercicio metaficcional, en donde tanto los
protagonistas como la historia se esfuerzan por limitar esa separación entre lo
real y lo ficticio, originando una dialéctica entre ambos espacios. Para el
final de la trama, el asesino no era solo uno. La motivación de estos además no
era una historia de ultratumba, sino una situación pasional. Los verdugos, sin
embargo, se autonombran herederos de Norman Bates, por esa locura que los
caracteriza. El filme concluye con una burla, pero también una lección de cine
sobre ese ánimo de renovar sin olvidarse de los padres fílmicos. A Wes se le va
extrañar.
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