lunes, 16 de noviembre de 2020

6 Semana del Cine ULima: Los iluminados / Temblores

Dos películas que comparten mismo universo antagónico desde representaciones extremistas. En Les éblouis (2019), la directora Sarah Suco nos narra la historia de una familia introduciéndose a una cofradía católica a partir de la perspectiva de los menores hijos. Mientras que en Temblores (2019), el director Jayro Bustamante retrata el caso de Pablo (Juan Pablo Olyslager), un padre de familia dispuesto a salir de su círculo conservador con el fin de llevar con libertad su opción homosexual. En sendos argumentos veremos cómo la religión, derivadas de las cepas cristianas, se establece como una dictadura que impone a los individuos a ceder a una colonización de la mente y el cuerpo. Por un lado, en Les éblouis, Camille (Céleste Brunnquell), una niña de catorce años, será quien atestiguará con lucidez cómo su familia va digiriendo los procederes de una hermandad religiosa que para su punto de vista resultan tan falsos y excéntricos. Será en un estado de convivencia que la joven tendrá que “fingir” ante ese círculo de transgresión ideológica, gesto que por cierto le resulta difícil asumir a su hermano, quien también observa con rechazo a esta comunidad católica francesa. Entonces, ¿qué la hace tener a Camille ese don o ventaja respecto a los otros?

No es casualidad que la niña sea una apasionada actriz del teatro cómico. Estas lecciones le han enseñado a diferenciar entre el actuar y ser una misma; es decir, a diferenciar entre adoptar ideas ajenas e ideas propias. Al igual que los apóstatas de Silencio (2016), Camille exteriormente finge aceptar a una congregación que no ha lograda calar su conciencia. Por tanto; no estamos tratando con el ejemplo de una emancipada. Es a propósito de ese estado de fingimiento que se define una doble vida: la Camille dentro del claustro católico y la Camille fuera de este. Les éblouis trata sobre la imposibilidad del desarrollo de un pensamiento original dentro de un espacio que ideológicamente te reprime. Es una cuestión que la niña no percibe sino hasta cuando el atropello católico comienza a someter al cuerpo. El encierro o la apropiación del cuerpo es el punto de inflexión que desnivela el estado de sumisión simulado de Camille. Sus dotes de “actriz” no pueden soportar esa clase de represión. Sarah Suco hace una distinción de reacción de la víctima entre el sometimiento mental y el físico, siendo el primero un acto equívocamente tolerable.

Ahora, algo que prima en esta película francesa es la representación desorbitada de lo que sería un escenario fanático cristiano. Les éblouis en cierto punto se percibe como una película de terror. Más allá del enclaustramiento, el ejercicio místico que alcanza niveles demenciales manifiesta un rasgo siniestro y perturbador. Es como si fuéramos testigos de un montaje carnavalesco. Cercano a ese ensamble está el filme de Bustamante. Aquí el escenario del cristianismo evangélico no se limita a un claustro, sino se extiende en toda una sociedad. La predominancia de esta ideología se perfila como un bloque de poder estandarizado. Pablo, luego de confesar su relación amorosa con un hombre, será expulsado de su familia y de su circuito social. Temblores es la historia de un estigmatizado siendo víctima de una serie de prejuicios que pondrán en cuestionamiento y posterior duda su naturaleza sexual. Lo cierto es que la vacilación de Pablo es solo la antesala a este ejercicio de dominación, en principio, mental. La presión comunitaria es un cargamontón que, además de someter, aprieta. No suficiente con el destierro, esta sociedad religiosa ejerce una estrategia del chantaje emocional.

Nuevamente, así como en Silencio, para las creencias ortodoxas no es suficiente la exterminación de la ideología antagonista. Es preciso colonizar al individuo, convencerlo de que su apostasía va en contra de la anormalidad y que la creencia preponderante debe ser la única practicada. Temblores es también otra versión terrorífica de las religiones embistiendo con las creencias ajenas como si se trataran de elementos cancerígenos a los que no solo debe de frenarse su expansión, sino también debe hallarse una cura por muy agresiva que sea. En consecuencia; la segunda parte de la película define la dominación del cuerpo, un extracto que pone en un alto alucinatorio los procederes del fanatismo religioso. Jayro Bustamente en su segunda entrega que forma parte de la que denomina como su Trilogía del desprecio, conformada también por Ixcanul (2015) y La llorona (2019), parece remedar una perspectiva del pasado dictatorial en Guatemala. La historia de Pablo no está lejos a los antecedentes de una sociedad bajo el yugo de un estado opresor.

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