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lunes, 6 de agosto de 2018

22 Festival de Lima: En tránsito (Aclamadas 2018)

En una realidad hipotética, un narrador nos relata los azares de un hombre que escapa de una persecución masiva de extensión global. La coyuntura de los refugiados se hace evidente en este nuevo filme del alemán Christian Petzold. Nos hallamos en una Europa continuamente asediada por tropeles de guardias migratorios. Individuos de diversas nacionalidades huyen de estos; mientras tanto, los ajenos al lío son meros testigos de esta cacería. En tránsito (2018) pareciese hacer una evocación a la Europa en tiempos de la ocupación nazi, a propósito de los exilios forzados, las estadías provisorias de los fugitivos en dormitorios de paso y un enemigo de amplia visualidad que aplica un acecho continuo. La distinción es que en la realidad del filme este estado de acoso luce instaurado; es un acontecimiento tan rutinario que casi no parece alarmante.
En la historia, Georg (Franz Rogowski) escapa desde su natal Alemania. Él es uno de los tantos perseguidos. Un favor asignado lo llevará hacia Marsella, lugar en donde el protagonista inicia una búsqueda, mientras planifica un nuevo éxodo. Petzold se valdrá de los argumentos del cine negro estadounidense para desarrollar la trama. Georg, en un lugar desconocido, en donde cualquiera podría ser el enemigo, tendrá que asumir una identidad falsa para escapar. En su tránsito, una especie de femme fatale –siempre ataviada de alguna prenda de rojo carmesí– lo desviará de sus propósitos. Lo cierto es que Georg y su contexto no tienen la misma personalidad de los protagonistas inmersos en los bajos fondos estadounidenses. Esta Europa coaccionada ha acondicionado cualquier arrojo al estilo de los parias yanquis. El escapismo es la única alternativa y la afrenta es casi nula. El estado de sumisión es tan elevado como el estado de incertidumbre.

Esta animosidad pasiva es la que define a Georg. Sumado está su docilidad, la cual es descubierta por el ritmo evocativo de la voz narradora. Un tono literario se apodera de la historia que además descubre a una serie de personajes de aires fatalistas. La tragedia y el pesimismo definen a esta realidad. Contrario a ese ánimo, es curioso qué tan significativo surge el trabajo de la fotografía. Petzold se empeña por descartar las escenas en penumbra. En su lugar, la luz del día y los colores cálidos, típicos de la ciudad portuaria, se distinguen. Esa no congruencia entre el estado de la coyuntura y la fotografía parecen dar pauta de un ambiente de normalidad, a pesar de lo caótico que resulte. Podría también responder a la naturaleza de su protagonista. Georg luce como el único optimista dentro de ese entorno. Se permite fantasear con una familia, se da licencia para enamorarse.
La personalidad de Georg se conduce a la de un sujeto que parece no haber percibido del todo la realidad que lo envuelve. Posiblemente, sea el último romántico de Europa, empeñado en pensar que su eterno tránsito terminará por afincarlo a un lugar de descanso. Obviamente, un deseo ingenuo y utópico el del protagonista. Es de esperar que sus planes sufran contratiempos, consecuencia de sus inclinaciones emocionales que no están al orden de su coyuntura. En tránsito descubre a un personaje que ampara al resto, que no duda en ceder el paso. Nada que ver con los protagonistas del cine negro, que si bien tienen algún momento de debilidad por su prójimo, no dejan de ser ambiguos y oportunistas. Lo único que sí le espera a Georg, como tantos Robert Mitchum o Humphrey Bogart, es un cierre trágico, un estanco, un hito más de fatalidad y nostalgia en tierra de desterrados.

viernes, 1 de junio de 2018

IX Al Este: No me toques

La presencia y conducta de Christian Bayerlein es lo más significativo y estimulante en esta docuficción. La personalidad y pensamiento de este personaje –o tal vez del propio actor– es medular dentro de este filme que resulta ser una terapia grupal representada en el cine, y que se toma recesos para registrar los avances anímicos de sus protagonistas, todos adultos frustrados respecto a llevar una vida sexual con naturalidad. Los tabúes del cuerpo y la belleza son las razones por la que estos mismos “defectuosos” se han privado del placer en su forma más ordinaria y han virado a prácticas atípicas para explorar o hallar la satisfacción sexual. De ahí por qué Christian, un hombre minusválido de amplia mentalidad y desarrollo en el tema de la sexualidad, es significativo por resultar su caso paradójico.
Los mejores momentos de No me toques (2018) son cuando Christian nos comparte su filosofía. Sin desearlo, se convertirá en el gurú del cast, incluyendo Adina Pintilie, la directora del filme. Los terapeutas o las direcciones del “autor” serán relegados por quien ha logrado encontrar un equilibrio mental, a pesar de su condición, que socialmente pueda ser calificado en la última escala de lo estético. Christian apela a las convenciones que se heredaron desde la Edad Media, de cómo lo bueno y lo malo es una división insuficiente al estar todo sometido a escalas de juicios. Lo resto del filme luce impostado. No me toques tiene la dinámica de un autoayuda bajo una propuesta que busca controversia. Los protagonistas, literalmente, gritan por ser salvados. Todo es terapia y se anula cualquier gesto de emprender una historia; no es más que la premisa esperando a su cura.