domingo, 28 de abril de 2019

Avengers: Endgame

Lo mejor de toda la saga del MCU es la introducción de Avengers: Endgame (2019) conformada por una suerte de epílogo del Infinity War (2018) y el prólogo de lo que será el fin de esta saga. Tanto el relato como la fotografía nos grafican momentos de embargo emocional. El solo físico que expresa Tony Stark (Robert Downey Jr.) sirve como perfecto reflejo del estado lánguido de los superhéroes posterior al chasquido de Thanos (Josh Brolin). Quién mejor que el más arrogante y obstinado del grupo para crear pauta de ese panorama angustiante y desesperanzador. Resulta significativo ver a este personaje, literalmente, varado en un territorio que nunca antes había explorado o experimentado, y que, por tanto, ni su alto grado de ingenio, petulancia u obstinación son capaces de orientarlo. El extravío parece inminente. Lo cierto es que esta situación, el epílogo del Infinity War, es apenas un preámbulo al cuadro de la derrota. Son recién las siguientes escenas, el prólogo del Endgame, las que ponen en evidencia el fracaso.
El salto a una posteridad plagada de secuelas nos traslada a una realidad decadente. Los protagonistas han dejado de lado el superlativo de héroes. Ante la mirada atónita de los espectadores, recién en esa temporalidad es que la derrota se hace evidente, una contradicción a la idea amasada durante toda la saga, en donde supuestamente la derrota de los superhéroes siempre era efímera e incluso nula. Ese es el gran logro de la película y la saga, que se rompa con uno de los estamentos principales. ¿Qué implica eso? Exponer a los protagonistas a una total fragilidad. Son los instantes más dramáticos de la serie. La despedida de Stark y el joven Spiderman luce pueril al costado de esta situación. No se trata pues de un drama gratuito o simulado, es un conflicto interiorizado que inútilmente contienen sus protagonistas. No más planos amplios para complementar el estado abatido de los personajes, como sucedía con el Stark de minutos atrás. Ahora son planos cerrados, el de los rostros que fingen normalidad mientras mastican su depresión. Hasta los que se dan ánimos o pretendieron fabricarse un nuevo inicio, expresan vidas falsificadas. Tal vez el retrato más melancólico sea el de Steve Rogers (Chris Evans).

Es con la aparición de Scott Lang (Paul Rudd) que Endgame inicia y con ello se confirman hipótesis y se generan satisfacciones –calificativos que en cierta manera manifiestan un conformismo complaciente producto del fanatismo–. Es el bloque en donde se combina la nostalgia, la espectacularidad y el dramatismo gratuito ya definido líneas arriba. La dosis nostálgica no solo asignada a los personajes, quienes despiertan viejas heridas emocionales nunca resueltas, sino también hacia el espectador, quien rememora ciertas de sus etapas y de alguna manera se despide de toda la historia. Es el cierre de un ciclo que es compartido, desde la ficción y fuera de esta. Para el espectador pueda que resulte más verídico, sin embargo, para los protagonistas luce por momentos impostado, descrito como una cadena de terapias individuales, un instante en el diván en donde algunos personajes hacen las paces con su pasado. Lo espectacular se define en el nuevo enfrentamiento, la revancha, por así decirlo, aunque no lo sea. Pueda que el combate sea el clímax de la película, pero también es estridente y desordenado, en donde el catálogo de superhéroes pretende expresarse con democracia, otorgándole por lo menos una escena o línea a cada uno, no dejando de aprovechar un escenario o prueba del empoderamiento que en el transcurso de la saga se le fue otorgando a la mujer.
El drama y destinos de los superhéroes es también parte del espectáculo. Algunos efectivos, otros insoportables. Los hermanos Russo prácticamente hacen un deja vu de una de las escenas “más tristes” de la anterior entrega, un obsequio luego de hacerle una lectura mental al espectador que le reza al sadismo lacrimógeno. Por otro lado, se exhibe un broche final que además de hacerle justicia a un superhéroe en cuestión, aprovecha en envestir el protagonismo de la raza afroamericana. Endgame es inferior a su anterior, sin embargo, no deja de ser atractiva por la misma razón que hace que Infinity War sea una mejor película. Nada más estimulante que ver a los superhéroes perdiendo ante una fuerza o circunstancia que es superior a sus habilidades. Infinity War deja en suspenso, pero es el inicio de Avengers: Endgame el que define y evidencia el punto más álgido y frustrante de esta serie. El reencuentro inicial con Thanos es importantísimo, crucial para poner en claro la derrota física y emocional de los superhéroes. No existe más enemigo. La rutina bucólica y retirada de ese gran enemigo, quien ha colgado su armadura, es la celebración de su triunfo y cumplimiento de su utopía. Él ganó.