jueves, 28 de octubre de 2021

Alias "La Gringa"

En el marco del Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, se libera de manera gratuita hasta el 30 de octubre la restauración de Alias "La Gringa", de Alberto "Chicho" Durant, a través de la plataforma digital latinoamericana Retina Latina, como para hacernos recordar que aún nuestro país no cuenta con una cinematica nacional o incluso una plataforma digital de cine nacional gestionada por el Estado.

La película de Chicho Durant inicia con un panorama al centro limeño de finales de la década de los 80 a principios de los 90. Solo le falta el hedor que brota de algunas alcantarillas para pensar que estamos ante la caótica New York que describieron Martin Scorsese, Walter Hill o William Lustig. Es un escenario de luminosidad para noctámbulos y de un abarrotamiento público entre nocivo y embriagador, un paseo por una jungla lleno de criaturas exóticas que alientan al desorden. Ese momento es la “Máquina del tiempo” de la película. En paralelo, se nos va introduciendo a la historia de una fuga que parece impostergable, aquella que depende de su mismo protagonista quien se resiste a finiquitarla. Alias “La Gringa” (1991) está a la línea de las películas que retratan a personajes “incorregibles”. Ahí están Le voleur (1967) o The Old Man and the Gun (2018); historias que no describen a delincuentes presumiendo un linaje temerario, sino a sujetos encurtidos por un estilo de vida que, tomando en cuenta sus antecedentes, floreció casi de manera congénita. No es un oficio o una necesidad por sobrevivir la que empeñan, es más bien el apasionamiento por una naturaleza o identidad asociada a un patrón, una serie de códigos morales que de paso distancia a estos individuos del común asociado a las normativas o fantasías habituales.

Alias “La Gringa” tiene un trayecto sin bajos. El solo hecho de que estemos tratando con la historia de un hombre que se divide entre ser prófugo o aspirante a serlo (por enésima vez), ya la acredita como un relato en continuo dinamismo. Al margen de esa rutina del escape, a la ruta del mentado “La Gringa” (Germán González) se le suman además una serie de personajes u obstáculos que lo animarán a no cesar su fuga. La película de Durant es el encadenamiento de diversos conflictos, cada uno perfilado como un desafío digno de no subestimar. Un excompañero de evasión, el director de la cárcel, un maestro, la amante que lo aguarda a kilómetros de la isla en donde fue confinado. Todos de alguna manera son una dosis de adrenalina para el hábil reo; ellos son una razón más para salir o volver a la “cana”. “La Gringa” se presenta como un sujeto desligado a un lugar fijo. Es a propósito de esto que surge una curiosidad. Mientras que para el espectador la cárcel o huida son reconocidos como situaciones que generan una confrontación, para el protagonista que las vive es parte de su cotidiano. El hecho que un enemigo suyo desee ajustar cuentas con él, lo trae sin cuidado. ¿Cuándo entonces reconoce un conflicto el personaje principal? Eso sucede cuando aparece esa opción de estabilizarse.
Como decía el Joker: “Soy un perro persiguiendo autos. ¡No sabría qué hacer con uno si lo atrapara!”. El plan de escapar y asentarse en Ecuador para “La Gringa” es el equivalente a eso que es lejano e imposible de alcanzar. Por tanto, el conseguirlo implica la desconfiguración de su verdadero propósito. Estamos hablando de un hombre sin más propósito que el reincidir a la vida de prófugo una y otra vez. El fantasear con una vida estable se lo cede a los que siguen las normas, sea por conducto regular o pagando la respectiva coima. Es por esa razón que el aproximarse a una vida sedentaria hace estremecer a “La Gringa”. Es el miedo ante la probabilidad de abandonar su naturaleza. Ese es el único conflicto del protagonista. Lo resto son gajes del oficio, incidencias habituales, el combustible que alimenta su rutina de hombre estructurado por un código, uno que por cierto tiene su propio apartado moral. Alias “La Gringa”, así como tantas películas de villanos, reconoce a estos como los héroes dentro de su propio universo. En tanto, en ese contexto se revela otra clase de enemigo, uno más rastrero, el cual también tiene su propio código moral. Aquí los enemigos son los terrucos, descritos como los que están peldaños más abajo, moralmente hablando, dictados por una doctrina que resulta insensata hasta para el más ignorante o sanguinario delincuente.