miércoles, 29 de noviembre de 2017

Jim y Andy

Disponible en Netflix.

Un documental que si bien encaja como material extra de Man on the moon (1999), este reserva su propia lectura. Jim y Andy (2017) se digiere como un apasionado tributo de un cómico a otro cómico, el de Jim Carrey a Andy Kaufman, pero es por encima el testimonio de un proceso actoral que se extiende al retrato emocional y artístico del tributario. El filme de Chris Smith emprende una regresión a la película dirigida por Milos Forman, siendo el foco de atención el actor Jim Carrey, poseído –incluso fuera del plató– por la personificación a Andy Kaufman y Tony Clifton, el “ello” de Kaufman. En paralelo, se teje una biopic por partida doble. Lo anecdótico surge en el transcurso. De pronto ambas semblanzas tienen en común, lo que responde o justifica de cómo es que un día la ficción se “apoderó” de Carrey y este no se quejó, tal vez porque siempre fue aquel personaje.
Pueda que sea enriquecedor ver previamente Man on the moon –o la historia de un hombre que decidió convertir lo bizarro en espectáculo–, a fin de hacer un balance ante el documental. Kaufman, en la película de Forman, es visto como un personaje muy peculiar, excéntrico y autoritario frente a sus principios de interpretación, despojándose, de ser necesario, de la ética para crear una catarsis que ocasionalmente solo él y su cómplice esporádico gozaban, en tanto el espectador preguntándose si lo presenciado fue parte del show o falta de cordura. Man on the moon es un filme sobre un artista ocultando adrede las fronteras del acto y lo verdadero; para Kaufman, concepto básico para huir de los roles convencionales de la comedia. “Es gracioso si no saben que es un montaje”; diría. Cuál Quijote, junto a su Sancho, intenta vender un material que muy pocos comprenden, una ficción no caduca, sino muy adelantada.

Volviendo a Jim y Andy, nos remontamos a esos instantes creativos en que Carrey interpretó a Kaufman y se metió en su pellejo –o viceversa–. Se verá en gran parte los detrás de cámara en que Carrey hacía caso omiso al aviso de corte y seguía siendo Kaufman. No había diferencia entre el plató y la rutina del actor fuera de escena. Kaufman y el esperpéntico Clifton habían entrado en la vida de todos para quedarse hasta que todo terminara. No más Carrey hasta que Kaufman se marchara. El actor protagónico había permitido que la ficción cruce la frontera de la realidad. Entonces somos testigos de una metaficción más palpante.  El (anti)héroe había vuelto a la vida encarnado en Carrey, reinterpretó sus actos e incluso se dio el lujo de curar sus heridas, detalle apasionante. El rodaje terminó. Lo real volvió a la normalidad. El tributo había terminado, y Carrey nunca más quiso ser Kaufman. Pero, ¿todavía hay algo de Kaufman en el Carrey de hoy?
Jim y Andy tiene esa otra lectura en que una revisión a Man on the moon no es prioritaria. El filme de Chris Smith es una puntualidad y aproximación a la biografía de Carrey. Puntualidad porque hay material que se remonta hasta la infancia del actor. Aproximación porque la biografía de Kaufman no deja de estar presente y hacer eco a la biografía de Carrey. Las semejanzas son inevitables. Pero está además el contenido revelador que descubre la filmografía del actor de origen canadiense. De repente gran parte de las producciones en las que se ha visto envuelto Carrey han sido facetas o reflejo de una temporada anímica. Películas como La máscara (1994), El show de Truman (1998) o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) adoptan un agregado significativo. Entendemos entonces que la carrera del actor siempre tuvo un rasgo metaficcional. Los personajes que encarnó, las tramas y contextos en las que estuvo inmerso, fueron proyección de su entonces presente. Así como Andy Kaufman, Jim Carrey fue un hombre deshaciéndose de una máscara, se sintió prisionero en el domo del espectáculo y lidió con recuerdos que quiso olvidar. Ambos fueron/son hombres en la Luna.

martes, 21 de noviembre de 2017

Quién es JonBenet

Disponible en Netflix.

Qué es sino la actuación como una de las fantasías del llamado “sueño americano”. A la lista puede sumarse también los certámenes de belleza. Ambos oficios –desenvueltos desde una palestra montada– convierten a sus representantes en foco de fascinación, exponiéndolos a plataformas que han venido alimentando el ego estadounidense por generaciones. El documental Casting JonBenet (2017), si bien gira en torno a un crimen mediático irresuelto, su intención parece enfocarse más al panorama de ese sueño decadente, en donde aspirantes a actores pugnan por alcanzar un rol en una ficción que aparentemente nunca será concretada –queda esa evidencia de lo inalcanzable–, y, en lugar de eso, depuran sus casos personales, propias tragedias, vergüenzas, angustias, filias y represiones.
La directora Kitty Green selecciona a un grupo de aficionados para reseñar e interpretar el crimen contra la pequeña aspirante a reina de belleza JonBenet, pero sutilmente observa y analiza un ámbito más amplio: el EEUU en donde la violencia, el morbo y lo truculento conviven en un plano anónimo. Acertado el proceso creativo de este filme: la cámara que absorbe confidencias de los actores cual diván, convirtiendo (y exponiendo) la intimidad en modo documental, y asistiendo a la ficción a modo de retroalimentación. De ahí el final de Casting JonBenet, todos los actores y suposiciones intercalándose en una misma secuencia/espacio. Cualquiera puede ser cierta. Tantas historias y versiones para un mismo caso, o contexto, interpretados por gente cualquiera (¿perversos en potencia?).

viernes, 10 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: Apuntes sobre la muestra nacional

Nada queda sino nuestra ternura (2017) es un registro conmovedor a algunos deudos del conflicto armado desatado en la década de los 80 en el Perú. Sébastien Jallade no se apropia del acopio público, el análisis especializado o cualquier asunto que convierta a su documental en una pesquisa o tesis de investigación. Su filme selecciona al azar breves testimonios de personas que se vieron envueltas en una problemática que, en ciertos casos, las obligó a apartarse de sus terruños. Las marcas de la impunidad y la melancolía siguen presentes en la memoria de estos, así como en sus canciones, un eje esencial del documental. Nada queda sino nuestra ternura de alguna forma vincula el rito de la música como medio de depuración, como siguiendo las tradiciones de los antepasados que encontraban en esa oralidad un pronunciamiento que congrega el dolor, pero también la ternura.
Danzay Yakunaq (2015), de Joseph Neyra y Marco Gonzáles, Río verde (2016), de Álvaro y Diego Sarmiento, y El operador (2017), de Diana Tupiño, son documentales que descubren rutinas. El primero explora el itinerario tradicional de la Fiesta del Agua en Ayacucho y el importante rol del danzante de tijera para preservar lo tradicional, performance además que se extiende a una exhibición bizarra. Los otros dos documentales exploran lo cotidiano. Caso el filme de los hermanos Sarmiento vemos a personajes desplazándose en la selva amazónica, mientras que en el de Tupiño a un hombre limitado en la cabina de una grúa de maquinaria pesada. Uno se gesta por su tránsito del terreno de caza a lo doméstico, el otro a partir de lo inamovible. Uno se identifica desde la correspondencia de sujeto y espacio, el otro filme desde su limitación espacial convirtiendo al sujeto en parte o herramienta del espacio.
De entre la selección de cortometrajes que pude ver, Pareciera que amanece (2017) es sobresaliente. La rutina de un adolescente que parecía procurar un argumento insidioso termina desvinculándose a totalidad con esa fantasía. El director Mateo Krystek envuelve entre lumbre y nocturnidad la atmósfera y difumina la profundidad de campo como avistando un terror o tragedia premonitoria. Pronto su protagonista se ve encasillado a lo apático. Una inesperada visita y posteriormente un encuentro darán vuelco a ese concepto. Pareciera que amanece desarrolla el tránsito de la rutina intrascendente a la rutina expresiva, una renovación de las relaciones humanas del personaje, cancelando lo mortuorio o lo abstemio de propósitos. Mateo Krystek sacrifica las expectativas de una trama en favor a su personaje, quien por fin vive su propia trama.

3 Semana del Cine de ULima: Felices juntos y Sin vagina, me marginan

Dos películas que se estiman a partir de sus imperfecciones de producción. En Felices juntos (2017), una mujer será extorsionada. La película de Carlos Fernando Merino combina el melodrama, el suspenso y encalla en un drama retorcido. A pesar de lo angustiante del asunto, los desniveles actorales convierten a este drama en una simulación de tonos hilarantes. Es a propósito de esa frecuencia que el filme se asume como una escalada hacia la farsa, en donde lo teatral, en términos de comedia, antecede a cualquier efecto dramático. La película se valora en consecuencia de esos defectos. Se aprecia también el itinerario de su argumento. Por menesterosa que pueda resultar, argumentalmente, el filme de Carlos Fernando Merino está un paso adelante de otras producciones que sí disfrutan del profesionalismo técnico y actoral.
Sin vagina, me marginan (2017) pueda ser estimada si es vista bajo los conceptos del circuito al que se quiere ver vinculada. El filme de Wesley Verástegui en un mercado estadounidense sería acuñado al cine de serie B. Solo se aproxima al cine trash dado que tampoco genera una violencia gráfica, aunque eso se compensa mediante su coloquio de humor negro, bromas en alto tono que no se lo permitirían ni si quiera al mismo comediante Melcochita en una palestra de estreno comercial. Pero en medio de la irreverencia y la creativa mordacidad de su juego de palabras se cobija una demanda. Sin vagina, me marginan tiene un lado pesaroso. Los protagonistas del filme están en un continuo enfrentamiento. Sus acciones desaforadas no son producto de su condición, sino fruto de un acondicionamiento ante las desventajas y el desprecio social que se fabrica desde el círculo familiar hasta lo público.

jueves, 9 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: Porto

Existe una gran diferencia entre un romance y la ilusión de un romance. Porto (2017) desarrolla lo segundo. Lo que aparentaba para los personajes –o tal vez solo para uno de ellos– ser un encuentro que se prolongaría, fue más bien un evento fugaz.  El hecho es que eso no necesariamente es signo o razón de que no sea perdurable en la posteridad de la vida de unos amantes furtivos. Jake (Anton Yelchin) y Mati (Lucie Lucas) son extranjeros en un lugar en donde se conocen por casualidad. Casualidad, a propósito de tres coincidencias. Con esto se asoman pautas de un amor de esos. El director Gabe Klinger, entusiasta del cine de Richard Linklater, establece el ambiente solitario y romántico de las calles de Oporto para dar señas de un amor especial. Las consecuencias, sin embargo, no tardan en contradecir esos anticipos. A diferencia de Linklater, Klinger no espera al “paso del tiempo” para revelar que el destino de su pareja no es el happy ending.
Porto se divide en cuatro momentos, incluyéndose una introducción. En el transcurso emprende saltos temporales que no solo rebelan el fracaso sentimental, sino también el personal. Klinger realiza un melodrama triste, a partir de dos personajes asediados por sus personalidades dóciles y trastocadas. Jake da indicios que es un obsesivo compulsivo, Mati pone en evidencia que tiene antecedentes de trastornos mentales. Ni la noche más romántica es capaz de subsanar o pasar por alto toda esa clara evidencia. Hay un pasado de por medio que los personajes no terminan de compartir, a esto se suma la supresión de un cortejo, el momento más cautivador de cualquier relación amorosa. Es decir, los protagonistas se saltan información e instantes cruciales para concretar ese romance que queda varado en el plano de la fantasía o la ilusión. Porto es como un buen sueño de una sola noche, un romance con promesas que no se cumplirán.

3 Semana del Cine de ULima: Golden exits

Un nuevo drama sobre las relaciones nocivas. Al igual que en su anterior película, Queen of earth (2015), Alex Ross Perry recrea la crisis a propósito de la convivencia, solo que en esta ocasión las víctimas resultan ser parientes. Golden exits (2017) narra la desalentadora historia de dos parejas de hermanas sometidas a una rutina dialéctica que en lugar de sanar alimenta sus pesares y frustraciones. Además de la acotación de los planos y la gran dirección de actores, es importante notar que Queen of earth y Golden exists comparten esa idea de retrato acuñado por el masoquismo emocional. La ruta de tránsito en vía a la crisis, además de otros trazos argumentales, es lo que las distancia, y de paso las remite a referentes fílmicos distintos. El retiro, el encierro, visitantes inesperados y la insanidad mental a niveles del delirio como consecuencia convierten a Queen of earth en un homenaje a Roman Polanski. Golden exits, por su lado, es un tributo al cine de Ingmar Bergman.
En el último filme de Ross Perry la relación entre hermanas es dependiente de sus dramas íntimos. En sendas parejas filiales vemos una crisis conyugal y una crisis personal. Observamos además a la hermana hiriente y la hermana que reprime. Una purga y la otra es escudo que resiste su propio drama y el de su pariente. Así como en El silencio (1963), Golden exits rebela a hermanas deseando el éxito que la otra hermana abrazó, en este caso el asentamiento a una vida conyugal que es signo de estabilidad. Sin embargo, no deja de aflorar el reproche. Lo conyugal es también rutina de predestinación; más lamentable aún en una circunstancia en que el matrimonio gesta signos de inseguridad. Existe pues un orgullo, pero que se vuelca a lo desgarrador. Luce por momentos una envidia disfrazada de admiración.
Se suma además el resentimiento que deviene del pasado. Los personajes de Bergman penden de lo pretérito. Su presente angustioso y que los ha convertido en presencias famélicas son síntomas de sus represiones o memorias no curadas. El personaje de Chloe Sevigny es la que mejor grafica a la mujer bergmaniana, una psicóloga asistiendo a su hermana para su dosis de flagelación, mientras que su salud mental parece estar al ras de la cordura. En complementación, están los personajes masculinos –desde el padre extinto hasta los esposos–, para Bergman, débiles por naturaleza y, en cierto modo, castrados, que son en gran proporción la razón del sufrimiento de las mujeres. Golden exits genera además un punto medio o catalizador de estos dramas. El personaje de la australiana convirtiéndose en objeto de deseo y odio. Al final dando indicio de que en una posteridad sería alcanzada por ese sentimiento de frustración encarnado por esas relaciones familiares de la que fue testigo.

3 Semana del Cine de ULima: Gen Hi8

Una película nacional sobresaliente en la sección de Concurso Nacional de Largometrajes.

En la ópera prima de Miguel Ángel Miyahira una collera de adolescentes vive a sus anchas las vacaciones de verano (y algo más). Lo que hace interesante a esta película es que el director rompe con las convenciones que podrían sugerirse de esta premisa al ajustarla a parámetros contextuales y temporales que ejercen un discurso que incluso se sustenta desde su expresión audiovisual. Desde el principio Gen Hi8 (2017) modula la recepción del espectador sugiriendo que es testigo de una fuente auténtica, priorizando al dispositivo VHS su condición de registro histórico. El hecho que nos postre frente a un televisor que emite imágenes que, por cierto, aluden a una impresión casera, siembra la idea que lo representado es producto de un registro del pasado. El director parece seguir el concepto original del Youtube: ver una pantalla dentro de otra pantalla. Dicha simulación sería una suerte de filtro que legitima los hechos representados. Entonces, ¿qué vemos dentro de esa segunda pantalla?

La historia de unos amigos podría identificarse como los anales anecdóticos de adolescentes cruzando el umbral de la inocencia, visto desde la perspectiva de Diego (Andrés Mesía), el chico nuevo del barrio miraflorino; sin embargo, el argumento trasciende en razón a su coyuntura. Es 1992; el terrorismo y el autogolpe ejercido por el gobierno de turno generan un ambiente de angustia e inestabilidad general, acontecimientos que son acuñados mediante la intromisión de un found footage editado de forma sucia e invasiva, simulando un fallo de origen en la señal del televisor o impresión del VHS que lacera la irrealidad vivida por los muchachos. Dichos eventos perturban de alguna forma a toda la nación, menos a ese grupo de personajes. Ahora, es importante notar que esto no se debe a que algunos –todavía– no hayan sido tocados por esa realidad, lo que los imposibilita a reflexionar sobre lo que acontece en el país.

La familia de Diego vive a primera mano los efectos del declive económico. Más adelante la llegada de un familiar lejano será la misiva atroz de lo que sucede al interior del país. Muy a pesar, dichas circunstancias no persuaden a Diego de seguir fantaseando con una clase social a la que ya no pertenece, así como de continuar con el “juego” de la humillación social y racial. Gen Hi8 es la retrospectiva de una generación en declive. El hecho que el director opte por un argumento basado en experiencias de verano, insertando cuotas de jolgorio o de romance, no lo obliga a transitar por una ruta complaciente. Miguel Ángel Miyahira transgrede el concepto romántico y muestra en su lugar una serie de gestos infames convirtiendo su película en una historia de terror, en donde niños salen a jugar en tiempos en que la violencia merodea mientras los padres se encuentran ausentes. Gen Hi8 es la proyección de un VSH que mira al pasado, pero sin nostalgia. Más que un recuerdo familiar o de amistad, es una fuente histórica para reproche y reflexión.

martes, 7 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: The day after

A estas alturas se sabe que Hong Sang-soo reformula sus mismos argumentos, genera encuentros distintos entre sus personajes, protagonizados por una masculinidad frágil e inestable envuelta en un dilema pasional, siendo infieles natos, de paso contrastando con sus antecedentes y logros artísticos –cineastas, en su gran mayoría–. El director los hace comer y beber, y posteriormente confesar sus emociones y frustraciones, a medida que innova y evalúa el orden narrativo y la línea temporal de sus relatos, a fin de rematar la naturaleza de sus protagonistas. The day after (2017) se podría decir que es su película en la que su protagonista es más cínico que de costumbre. Basta centrarnos en una secuencia en donde su antihéroe, un crítico y editor literario de renombre, es tildado de cobarde. Los acontecimientos lo delatan, sin embargo, el director nunca antes había arrinconado de esa forma a su agobiado protagonista.
The day after humilla al hombre como castigándolo a nombre de los que injurió en su momento. Incrementa además su humor satírico mediante una serie de gags que no hace más que generar más burla contra el responsable. La historia va creando formas que lo exponen a situaciones incómodas. Estando sobrio, el crítico tendrá que confesar y dar crítica a su estilo de vida, corregir, por ejemplo, la imagen que se llevó de él una practicante fortuita. Y aquí otra marca que Hong Sang-soo también renueva: la autoreferencia. El director surcoreano retorna a los eventos pasados de sus protagonistas y, en casos como su última película, los obliga a volver a representar similares situaciones con intención de comparar sendos momentos, sea dando evidencia de un retorno cíclico o de un aprendizaje. The day after, así como otras películas de Hong Sang-soo, fantasea con lo metaficcional, a propósito de los protagonistas viviendo vidas falsas o actuadas.

3 Semana del Cine de ULima: O ornitólogo

A pesar de que la fílmica de Joao Pedro Rodrigues siempre ha manifestado cuotas que nos transporta a realidades extrañas, su último filme luce más insólito que lo anterior. O ornitólogo (2016) narra la historia de Fernando (Paul Hamy) un investigador de aves haciendo su oficio en un bosque ubicado entre la frontera de Portugal y España. Un accidente y su encuentro fortuito con unas turistas extraviadas será el quiebre de la coherencia argumental y material de la película. Profecías demenciales aludiendo al imaginario cristiano y un muestrario de cuotas carnavalescas y legendarias se alían para recrear un fragmento en la vida San Antonio de Padua. Es decir, un extracto de la cristiandad se verá desenvuelta en terreno pagano y bajo una lógica surreal.
O ornitólogo puede ser interpretado como un relato del protagonista siendo absorbido por una realidad ajena. Así como el apareamiento canino en O fantasma (2000) o la visión fantasmagórica en Odete (2005), vemos también a un protagonista siendo persuadido a ingresar a un terreno excéntrico o fantástico que resulta un medio de escape de su vacía existencia. El personaje de Fernando, a partir de sus acciones frente a un teléfono al que prefiere no asistir, da pautas de contener también un aire solitario, llenando su rutina entre aves y lo que no tenga que ver con la naturaleza humana. Ni si quiera un auxilio a su persona induce al hombre a ser sociable frente a sus rescatistas. Entonces, a partir de ese encuentro, se gesta la oportunidad para separarse de su realidad o soledad, reencarnando en lo mítico, dejándose seducir por la carnalidad sin necesidad de asistir a lo tangible.

lunes, 6 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: Dawson City Frozen Time

No solo es la proyección de los metrajes encontrados lo que genera el efecto nostálgico en las películas de Bill Morrison, es además la composición que el director le otorga a su collage, dispuesto de un orden narrativo y un fondo musical onírico. Al igual que los directores Yervant Gianikian y Angela Ricci, otros peritos del found footage, Morrison reevalúa un nuevo significado al producto hallado. Dawson City: Frozen Time (2016) inicia con el anuncio de un rescate de una variedad de películas localizadas en una ciudad de Dawson, Canadá. Un ciudadano común ha exhumado rollos de películas en un terreno impropicio. ¿Cómo llegó a parar todo ese cargamento de celuloide a esa ciudad geográficamente aislada? Esto da pie a preguntarse sobre el origen de la misma. El estadounidense hará una regresión al pasado en complicidad con los vestigios descubiertos. Fotogramas estropeados por el tiempo reconstruirán y dramatizarán la historia de la ciudad que los cobijó por décadas.
Lo cierto es que para hablar sobre la historia de la ciudad de Dawson es preciso remontarse a una historia infame que por su lado siguió misma trascendencia. A vísperas de inaugurarse el siglo XX, el cine había llegado al continente americano y, mientras tanto, la Fiebre del Oro se extendía hasta el territorio del Yukón. Lo que hasta entonces había sido hábitat de tribus aborígenes a los meses se convirtió en lugar de recreación y perdición para los mineros. Dawson City: Frozen Time narra el recorrido de una sociedad que se fundó desde los despojos de la codicia minera. Retiradas las colonias mineras, la ciudad se fundó y fue tomando forma, no dejando de recibir noticias y recados de sus anteriores inquilinos. Sucede pues que el filme de Morrison también convierte en protagonista a los colonos estadounidenses, aquellos que siguieron gestando más infamia, mientras que una pequeña ciudad, a pesar de sus limitaciones, daba signos de progreso.
De pronto la preservación del material fílmico se convierte en metáfora o signo de lo civilizado. Mientras que EEUU gestaba fraudes deportivos y usaba como drenaje de celuloides a Dawson, esta misma impulsaba el deporte del curling a sus menos de mil habitantes y usaba sus últimas habitaciones públicas para conversar las películas que llegaban del sur. Morrison, mediante un arduo trabajo por hacer coincidir los registros ficticios encontrados con los hechos reales, va reconociendo otros modos de preservación gestados en Dawson. Edificios que perdieron a sus dueños originales siendo rescatados, algunos reconstruidos después de voraces incendios. Eran tiempos en que todo se quemaba, desde el nitrato hasta los inmuebles. Literalmente, la historia se chamuscaba y la ciudad de Dawson la recuperaba o usaba como cimiento para el beneficio de su población. Dawson City: Frozen Time es la sobrevivencia a partir de la custodia histórica.

domingo, 5 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: Cocote

Expuesto los discursos ideológicos y rituales religiosos más influyentes de la actual República Dominica en Cocote (2017), me es inevitable no hacer remembranza a Yo anduve con un zombie (1943). En el clásico de Jacques Tourneur, también asentado dentro de un contexto de las Antillas, la ciencia y el vudú se reconocen mutuamente. Lo empírico y lo inexplicable se convergen, aunque se respeten. E incluso vemos a adeptos de un bando asistiendo a los rituales del otro. Como en las películas de Apichatpong Weerasethakul, no hay necesidad de exterminar las creencias de su “otro”. Es una realidad que saca provecho del conocimiento ajeno. En la película de Nelson Carlo de los Santos Arias, sin embargo, vemos a las creencias repeliéndose. Alberto (Vicente Santos), un evangelista, tiene debates de fe con su familia, quienes siempre han abrazado una religión de rezagos vudú. En paralelo, la tensión se alimenta a razón de una muerte en común que aguarda resarcimiento.
A Alberto, quien viene viviendo por años una vida retirada del mundo rural, escapando además de las creencias familiares, se le impostará una misión que lo pone en afrenta con sus preceptos de fe. Siendo él el único hermano varón, sus familiares le exigen tome venganza a nombre de un padre ultimado por un conflicto absurdo. Gran parte de Cocote consta pues en el debate moral –imperceptible– del evangelista. Vamos reconociendo así el choque de mundos diferentes, a pesar de que se han desplazado en un mismo contexto desde tiempos de la colonización. Ninguno de los fieles aquí desea ser colonizado, sin embargo, como en Yo anduve con un zombie, hay evidencias de convivencia. Miembros presentes en rituales ajenos, aunque no tomando parte. En consecuencia, un gesto de ambigüedad se posee en el protagonista, prueba de que también exista un consenso después de todo, o tal vez solo sea un efecto/trampa que ponga en evidencia al protagonista.
A propósito de una serie de eventos hilarantes y mediatizados –una cabra muerta o un gallo que canta– Cocote pareciese desestimar con los rituales arcaicos del ámbito al que hace referencia. Lo cierto también es que lo evangélico no está muy lejos de los afectos de desdeño y mirada satírica. Después de todo, los rituales de origen cristiano que proliferan en las iglesias a las que asiste Alberto no están lejos de los actos de delirio de los fieles contrarios. Este mismo representante termina aislando inclusive a su creencia a un comportamiento embustero, producto de la mojigatería. Cocote además extiende su crítica de lo místico a lo social. Planos generales y elipsis de una piscina, símbolo que representa a la clase alta, parecen dar pauta que el problema esencial no radica en la ciudad o en esa sociedad en particular, en donde no sucede nada transcendental, sino en el interior del país, en lo institucional. Ahí suceden cosas, lugar al que regresa Alberto y al adentrarse la realidad comienza a alterarse en acentos de un cine experimental.

3 Semana del Cine de ULima: Custody

El día de ayer se inauguró la 3ra Semana del Cine ULima. Sus funciones y actividades van hasta el 11 de noviembre, todas de forma gratuita. Hay un programa muy estimulante. Iniciamos con su cobertura.

Antes de su primer largo, Xavier Legrand había dirigido Antes que perderlo todo (2013). En este cortometraje la empleada de un supermercado, en pleno horario de trabajo, intenta zafarse a toda costa del acecho de su marido. Como si se tratase de una slasher a plena luz del día (y a vista de lo público), veremos a la posible víctima arrastrando a sus dos hijos mientras prueba escapar por cualquiera de los posibles accesos de la tienda. Argumentalmente, este filme funcionaría como una precuela de Custody (2017), la historia de una familia huyendo del acoso de un padre, quien se ve forzada de cambiar de domicilio una y otra vez a fin de ser ilocalizable para el hombre de temperamento volátil.
Dos momentos valiosos de la película. El inicio o instante en que se debate la custodia de los padres frente a un jurado, lugar en que se pone en tela de juicio los testimonios y exigencias de las dos partes. No hay forma de anteceder las naturalezas tanto del padre como de la madre, a propósito de una carta que subraya defectos mutuos. Está también su resolución o última secuencia. Puertas que (des)cubren la violencia públicamente, lo que genera una asistencia humanitaria. Custody (2017) cuenta una desdicha que pudo haberse evitado si el gesto final hubiese surgido con antelación. Existe también una responsabilidad de los testigos, lo que también no deja de cuestionar la reacción de los afectados inmediatos.
Al margen de lo importante que pueda resultar este tema, lo que desvalora a la película de Legrand es su inclinación a mecanismos habituales. La historia de la hija adolescente no solo no logra encajar dentro del conflicto central, sino que además estorba, obliga a perder el hilo dramático insertando lo melodramático y un dilema aparte, que de paso se extravía en el transcurso. Custody no alcanza además los valores de tensión que sí sobresalen en Antes que perderlo todo. Xavier Legrand en su largo exhibe al verdugo, dependiendo, por ejemplo, de su fisionomía para generar la presión. En su corto, sin embargo, lo mantiene al margen. Está y no está. Es como una presencia, como un tiburón del que solo te imaginas una música. Eso te angustia. Tensa sin ejercer la violencia.