miércoles, 25 de septiembre de 2013

El espacio entre las cosas

¿Qué es metafísica? No es sino aquello que es intangible, aquello que no es ni a priori, ni a posteriori. Los filósofos la denominaron como la ciencia que está en búsqueda de las sustancias y respuestas universales, eso que Platón las conocía como “ideas” y que solo podrían ser reconocidas fuera de la caverna que aprisionaba al hombre a pensar con la experiencia y los sentidos. Antes de la metafísica son las hipótesis, conceptos, leyes, teorías, todo aquello que tomamos por verdad pero tal vez verdades no son. Metafísica es pensar más allá de la ciencia, es decir, más allá de lo acostumbrado. Dicho esto, El espacio entre las cosas (2012) no es un producto que pueda ser digerido fácilmente, esto incluso por el mismo intelectual. Primero, porque es un filme completamente atípico a la línea de la cartelera comercial que es, nos guste o no, la línea del consumo. Y segundo, porque lo intelectual, que es el tótem de la ciencia adquirida, postra también a este individuo en la ignorancia.
En teoría, es decir, fuera del plano inmediato o sensible, el filme de Raúl del Busto hasta cierto punto logra embaucar a cualquier espectador. Luego que la película ha ofrecido sus primeras señales de anomalía experimental, el orgullo de los espectadores que han sabido “dominar triunfantemente” dicho género, se disipa luego que lanzamos la siguiente pregunta: ¿Qué es aquello que lo hace bello? ¿Por qué la sensación de ver lo cotidiano ahora resulta motivador? ¿Hay forma de definir esto sin adjetivos sino tan solo, a palabras de Immanuel Kant, con mera “sustancia”? La respuesta –en realidad, es una pista de esta– tal vez se halle al final de la película. El espacio entre las cosas es pues la descripción, más no la definición, de aquello que está entre todas las cosas, solo que es invisible. Es el punto ciego, es lo lejano a la fórmula exacta, no porque la película no sea capaz, sino porque no existe capacidad de comprobación. Similar drama sufre la metafísica.

A inicios del filme, tanto la metafísica como la existencia de dos protagonistas son pretexto para que el director “real” puede acercar al espectador a un plano que más que promover un relato, promueve una recreación de lo real desde un concepto distinto. El poder de la imagen es la base fundamental de este filme, preocupado más en entorpecer el paisaje, amputar el encuadre primario y focalizar un objetivo omnipresente pero ocasionalmente ignorado. Raúl del Busto juega con el zoom, es estático, crea leves travellings, planos secuencia, mira de abajo a contrapicado o desde la superficie empequeñeciendo a un bóvido aplastado por el aguacero. La cámara está en comportamiento según cómo la naturaleza se comporta. Más que una necesidad de plantear un modo de filmación, es la misma naturaleza que da la voz dominante. La película tiene esa necesidad de dejarse sorprender por la utilería no planea, aquella que siempre estuvo ahí. Atractivos que, por ejemplo, Terrence Malick contemplaba especialmente en El nuevo mundo (2005) o Carlos Reygadas hacía lo mismo en Post tenebras lux (2012).
El espacio entre las cosas, por otro lado, tiene un relato o discurso –sean pretextos o elementos secundarios del filme– difusos, hasta cierto punto, pretenciosos. Es posible que la justificación en defensa venga a manera de metáfora sobre lo místico, lo psicodélico, ese énfasis por distorsionar el sentido o el significado de las cosas, pero lo cierto es que también despista, desorienta y se desvía a un terreno que es más un libre albedrío o catarsis. Raúl del Busto parece querer acoplarse a la literatura de Jorge Luis Borges, pero tan solo en su modo de lenguaje y no atreviéndose a trabajar tanto el relato como el discurso. Se puede hacer una propuesta artística sosteniéndose o complementándose de una historia. Lo perjudicial es que esta historia, aún así sea pretexto, no esté en todos sus sentidos. En contraparte, cita a Friedrich Nietzche, está también la presencia de una novela de Italo Calvino, esto mientras iba narrando la historia de un japonés varado en un aeropuerto. ¿Habrá querido crear relación entre el nipón y el Barón que se negó a bajar del árbol para ser feliz? Sí es así, entonces no todo lo pronunciado por la voz en off está desvariado.

domingo, 22 de septiembre de 2013

En la mira (o End of watch)

Se ha comprendido que el found footage es una técnica que se adecúa bien para el uso del género de terror. La movilidad de una cámara sinuosa, activa, frenética, vuelca tensión al espectador, inseguridad ante lo que ocurre y está por ocurrir, esto además de situarlo en un plano objetivo que termina por complementar esa emulación de vivir las acciones en tiempo real, es decir, menos tiempo para premeditar lo que podría estar esperándole al protagonista al otro lado de la esquina. End of watch (2012) está dirigida por David Ayer, director y guionista que ha venido realizando filmes sobre el lado escabroso en los guetos de Los Ángeles. Sus protagonistas son siempre los uniformados de azul, aquellos que luchan por mantenerse en equilibrio entre las calles, espacios donde conviven buenos y malos, los que aspiran violencia y los que la generan.
Taylor (Jake Gyllenhaal) y Zavala (Michael Peña) son dos policías que acaban de ser reubicados a hacer sus rondas en uno de los barrios más violentos de LA. End of watch es la resultante de un proyecto personal de Taylor, protagonista que graba mediante cámaras la rutina policial que lleva junto a su compañero, aquella que incluye también los espacios de ocio e intimidad, momentos en que la placa y la rudeza es relegada por las historias de sus respectivos amoríos y la camaradería que lleva este dúo, una que manifiesta una amistad mutua mediante un idioma cómico y en ocasiones soso, inclinación curiosa viniendo del oficio que poseen. Es mediante lo dicho que vamos contemplando más de una paradoja. Hay una dinámica que fabrica la personalidad de los agentes y otra que los resguarda como simples habitantes. Lo cierto es que una de esas rutinas es indesligable. Imposible deshacerse de ellas.

A diferencia de Día de entrenamiento (2001), historia también escrita por el mismo Ayer, End of watch no pretende señalar ese lado nocivo o pesimista del agente de policía, sino todo lo contrario. El director en esta ocasión se esfuerza por salvaguardar la labor del agente de azul, una que está compuesta por esa actitud implacable que los mantiene a salvo de las duras calles y por el gesto humano que consta en “salvar el trasero” de su compañero o el de cualquier ciudadano. Hay algo que va más allá de cumplir la misión o seguir las normas. Las acciones de Taylor y Zavala parecen ser más vehículos instintivos que entrenados. Es por eso que mientras son condecorados, ellos cuestionan la naturaleza del héroe. ¿Es que deben de ganar una medalla aquellos que hicieron lo que pensaron era correcto?
Lo mejor de End of watch es en definitiva los momentos de tensión. El found footage es fundamental en las escenas de persecución en medio de las angostas calles o la invasión a moradas compuestas por habitaciones que aparentan estar baldías. Cuando la perspectiva visual es una sola, la película logra sus mejores instantes. Es entonces cuando el espectador se siente ansioso ¿qué hay del otro lado? ¿Qué ha encontrado? ¿Está vivo o está muerto? Ya más adelante, Ayer se inclinará por agregar más perspectivas. Entonces el filme comienza a exterminar los puntos ciegos. El espectador ya puede ver qué sucede del otro lado, qué está haciendo el bando enemigo. La película pierde así escenas que pudieron haberse encumbrado.