lunes, 22 de julio de 2013

Titanes del Pacífico (o Pacific Rim)

¿Por qué no un filme de robots puede sostenerse de una historia sensata, visualmente pretenciosa, pero que no deje de tener al menos un mínimo de respeto hacia un espectador que quiere ver algo más que explosiones y golpizas entre gigantes metálicos? Pacific rim (2013), de Guillermo del Toro, es un filme que a pesar de recurrir a una serie de elementos que asisten al cliché argumental o a la explosión visualmente espectacular del cine más comercial, resulta ser gratificante, al menos en comparación a la lista de los estrenos más esperados de este año, incluyendo en ella filmes como Star Trek: En la oscuridad o El Hombre de Acero. Del Toro realiza una película que no pretende fundar un relato complejo u oscuro, con personajes atormentados por conflictos internos, intentando calar lo más profundo del inconsciente, esto a pesar que el mismo filme sugiere que se hable sobre dicho plano mental.
Pacific rim parece irse por lo seguro. Citar dramas o nudos de acción que no desbaraten su línea argumental. Lo que ocurre aquí tiene cordura, se libra de absurdos y no dispone consecuencias o algún desenlace irreal. El filme cierra el círculo, no hay final abierto, no se necesitó de algún deus ex machina o efecto sorpresa, los que mueren tienen que morir y los que viven se salvan. Del Toro no da lugar a que el espectador cuestione las conclusiones. La lógica es clara y puntual. Lo que se representado es la eterna confrontación entre la humanidad y seres de otro mundo. Se asoman así reptiles gigantes, destructores que han dejado ciudades en ruinas. La respuesta ofensiva es la tecnología robótica, esta manejada por la conexión neuronal entre las máquinas y soldados de élite, guerreros con un perfil rockstar, es decir, que obedecen al estereotipo de los héroes actuales, incluyendo sus propios dramas o conflictos que no pasan a ser centro de atención.

Lo curioso dentro de toda esta historia son sus citados puntuales a la cultura asiática, desde sus arquetipos clásicos hasta los más actuales. Pacific rim hace guiño a la bestia Godzilla en la imagen de sus monstruos acorazados de escamas, de semblantes mitológicos, simulando ser producto de algún experimento fallido, cosa que no es. Está también la asimilación al drama universal sobre la familia escindida. La Segunda Guerra Mundial tuvo como consecuencia el origen de millones de familias huérfanas de hijos o padres, testigos oculares de dichas desgracias. El lazo familiar en la cultura asiática es de por sí tema sagrado. Los personajes del filme asumen dichos tormentos, testigos directores de la muerte de sus seres queridos en medio de la destrucción masiva. Está el tema de la venganza en el personaje de Rinko Kikuchi, que en la gesta samurái se trasluce a la temática del honor, en este caso, al de los seres queridos perdidos. Lo que se percibe también es una alegoría al género anime, sobre el mundo post-apocalíptico, la nueva revolución tecnológica, las fuerzas especiales que intentarán revertir el caos.
Los “Jaegers” son los héroes de esta historia. Estos son representantes de naciones ajenas, cada uno fijado en sus propias costumbres, muy pronunciadas y distintas al de los otros. Esto se percibe también en el anime, esa necesidad por crear grupos distanciados entre sí, como los luchadores de dojos vecinos usando diferentes técnicas de pelea o hasta incluso jugadores de fútbol que poseen sus propias estrellas y estrategias de juego. Hay además una adopción por la fascinación al género noir, sobre el mundo de los bajos fondos o la mafia, como en el que se observa en la pandilla de Ron Perlman, un jefe de contrabando en medio de arquitecturas futuristas. En efecto, lo mejor de Pacific rim es esto, y que en vista general sería su adaptación visualmente atractiva, tanto en la lucha entre titanes mamíferos y de metal (hay un buen tratamiento catárquico en estas peleas) como en la creación de metrópolis inspiradas en las estructuras edificadas por películas como Blade Runner (1982) o El quinto elemento (1997).

miércoles, 10 de julio de 2013

Festival Transcinema: 5 Broken Cameras (Competencia Internacional) / Far From Afghanistan (Disidencias)

5 broken cameras (2011) y Far from Afghanistan (2012) son dos documentales que hacen frente a conflictos armados, el primero provocado entre los colonos israelíes y los habitantes de Territorios Palestinos, mientras que el segundo desatado por las fuerzas militares de EEUU dentro de los territorios del mencionado país asiático. Ambos filmes coinciden en reflejar un ambiente derruido y acechado por lo políticamente incorrecto, sustentado por las dinámicas del poder y la fuerza agresiva de invasores que niegan la norma constitucional o prefabrican un enfrentamiento con fines “mesiánicos”. El punto de distinción entre estas se basa en desde dónde llega esa voz de denuncia. Emad Burnat resulta ser director, testigo y corresponsal de una guerra que afecta tanto sus lazos familiares como los de su población. 5 broken cameras es, de los dos documentales, el más honesto.
Burnat sigue a la resistencia pacífica palestina y de paso nos va informando sobre cómo las fuerzas militares de Israel van apoderándose de los terrenos del campesinado palestino. Es la cámara que se inmiscuye en medio de la batalla campal imprevista, aunque siempre frecuente. El circuito es usualmente el mismo: un grupo de palestinos plantados en las áreas apoderadas, la llegada de las milicias israelíes, el boca a boca y finalmente la retirada en medio de una lluvia de gases lacrimógenos o balaceras intimidatorias, casi siempre dejando algún saldo de heridos o algún muerto. 5 broken cameras tiene una analogía en paralelo, la de las cámaras de Burnat, aquellas que le sirvieron para grabar las fases por las que va pasando esta guerra. Es durante esto que los aparatos van colapsando uno a uno, prueba de los rezagos del conflicto.

Hay sin embargo otra analogía más melancólica. A medida que ocurren las fases de la guerra, Burnat nos describe la infancia de sus cuatro hijos, niños que van creciendo en medio de los encarcelamientos a familiares, la violencia y el nacimiento de las primeras cuestiones sobre quién es el agresor y el porqué dicha acción. 5 broken cameras es la muerte temprana de la inocencia. Far from Afghanistan por su lado es un documental más inclinado a lo discursivo. Son los temas abordados, bajo estilo propio, de cinco directores. Cada relato se enfoca desde puntos de vista distintos, dentro o fuera del campo de guerra, sobre sus actores, tanto agresores como víctimas, las directas y las indirectas, así como simulaciones que sugieren un contraplano del conflicto. Sus idiomas se ajustan a lo testimonial, al estudio de campo, a veces sustentados por posturas que van en contra de las ideologías políticas.
Far from Afghanistan revela temas como el odio al “otro”, el Imperialismo, la ética militar, la orfandad,  la pobreza, el suicidio, entre demás cuestiones. Los dos documentales, bajo un lenguaje propio, son un ingreso hacia cómo las órdenes invasivas militares van calando distintos conflictos, agravándose y complicando la situación en ambos bandos.

domingo, 7 de julio de 2013

Festival Transcinema: J (Competencia Transandina)

Del 4 al 14 de julio se realiza la primera edición de Transcinema, Festival Internacional de No-Ficción. Iniciamos posteando críticas de algunas películas incluidas al programa.

En Parrilla (2012), una cámara es espía durante la antesala y celebración de una parrillada. En este no existen diálogos ni eje temático, es apenas la pantalla deslizándose entre los sucesos y espacios que pasan desapercibidos. Farid Rodriguez realiza un corto que busca puntos de vista, halla formas y maneras de encontrar lo extraviado por la mirada común. J (2013), su nuevo largometraje, camina por similar senda, la única diferencia es que dentro de este filme sí existen personajes, aquellos que cumplen una rutina fijada entre lo laboral, los deberes, el ocio y lo íntimo. Lo adicional y, a su vez, lo más curioso de la película de Rodriguez es su amplia duración de doscientos minutos, tiempo que, dentro de su exceso, parece insistir en serle fiel al concepto que se está tratando.
J, en medio de tanta redundancia de acciones, no se inclina a una aglomeración de deja vu. Rodriguez, así como ocurría en su cortometraje, se decide nuevamente a investigar “desde dónde filmar”. Es así como ciertos sucesos que son familiares, aquellos que se repiten una y otra vez, a distintas horas o en distintos días, asumen un estado distinto frente al dinamismo de encuadres, primeros planos, unos abiertos, otros cerrados, una cámara estática que cambia bruscamente por una al hombro, la improvisación de travellings, la distancia que agrupa elementos del contexto o que solo se concentra en específicos detalles. El objetivo y la movilidad que aplica Rodriguez a la cámara es tan cambiante que parece desmitificar lo rutinario.

Si bien el filme se dilata mediante acciones triviales, tiempos muertos o situaciones de escasa subjetividad, la mirada asume modos que van contra esa misma rutina. J, si bien es el retrato de lo cotidiano en la vida de tres personajes, es también la agrupación y captura de las distintas formas de ver “lo mismo”. Mientras la historia se planta ante un mismo escenario que reduce a vez a un mínimo las acciones, la cámara asume variabilidad al posarse de un lado a otro. Es la manera de ir en contracorriente con lo que sucede, y eso se está más latente en la primera parte de la película, momento que en resumen grafica la venta diaria de un carro de comida ambulante. Es el trueque entre comprador y vendedor, la ruta desde la avenida de un vecindario hasta la casa del propietario del negocio.
En la segunda parte de J, el visor se divorcia de un eje fijo. La cámara al hombro ahora es más constante. Mientras tanto, la rutina es cambiante en uno de los personajes que ha decidido viajar por una breve temporada a las orillas de la ciudad. La única mujer del filme se reencuentra con su marido, y esto da pase a los recorridos por distintos ambientes. La ciudad, el campo, las áreas recreativas, las patrimoniales y las comunitarias se confunden. De repente la mezcla de planos y encuadres se postergan por una dependencia hacia un personaje que camina y fisgonea de aquí para allá. Ahora es el individuo quien tiene el control de romper la rutina, quien decide investigar el mundo por sí solo. Farid Rodriguez está en pie de encontrar un propio estilo de cine, uno que observa desde lo cotidiano a medida que aflora puntos de vista.