Ya es más de una década atrás que documentalistas han reconocido a la animación como vía para representar testimonios sociales trágicos. Pienso en Waltz with Bazir (2008), que se remonta a una matanza de refugiados palestinos en el Líbano, o en la devastadora Crulic (2011), que narra el drama de un indocumentado rumano encarcelado injustamente en Polonia. En estos casos, vemos cómo desdichas personales hacen alusión a los padecimientos que recaen en comunidades específicas. Asimismo, la oralidad de los protagonistas, expresada de manera dialéctica o epistolar, se define como un método efectivo para depurar los achaques mentales o, caso Crulic, los físicos. Es decir, la memoria o la confesión son terapéuticos. Esto es más literal en Flee (2021). La historia en sí se plantea como el fruto de terapias o la suma de revelaciones que Amin mantuvo en secreto por veinte años. El director Jonas Poher Rasmussen se inspira en la historia de un anónimo que ha tenido que cancelar su identidad y su propio pasado debido a su condición de refugiado. Amin podrá gozar de una vida “normal” en Dinamarca, sin embargo, esto no es más que una fantasía para él o esa comunidad a la que pertenece, al convertirse en fugitivo de su propia patria y de paso en un estigmatizado dentro de tierras extranjeras.
lunes, 14 de febrero de 2022
Oscar 2022: Flee (Nominado a Mejor película internacional, documental, animación)
Ahora, al margen de su condición
de refugiado, Amin reserva otra identidad subordinada. La homosexualidad dentro
de un círculo ataviado por las convenciones del Medio Oriente se define en Flee
como una lucha aparte del protagonista. Este es otro tipo de amordazamiento
social, solo que vigente dentro de los escenarios en donde se reprime esta
opción sexual. Dicho esto, el retiro forzoso de Amin de su natal Afganistán,
por un lado, fractura -o lo obligan a traicionar- el vínculo con su genealogía,
pero, por otro lado, recompone esa otra identidad escindida al aislarse en
territorio europeo, espacio que en esta ficción no presenta restricciones contra
la homosexualidad. Una prueba de ello se manifiesta en la mejor secuencia de Flee,
en donde el protagonista narra una anécdota en donde se confirma que los
prejuicios afganos se quedaron en la frontera. Ciertamente, si se toma esos dos
conflictos de manera aislada, la película de Jonas Poher Rasmussen daría como
resultado testimonios familiares a los numerosos filmes que tratan sobre la
migración o el prejuicio hacia la homosexualidad. En tanto, su atractivo, al
menos para la Academia, consta en la combinación de esos dos conflictos en una
sola historia.
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