Nacidos para matar
Durante el conflicto
de la Segunda Guerra Mundial, dos solados desertores de la armada de los
Estados Unidos han decidido exiliarse al interior de una comunidad ajena a su
civilización. Un mundo establecido en una isla poblada de una naturaleza
virgen, habitada por una tribu oriunda, animales salvajes y una vegetación
infinita, el agua vista a medio camino y en todo su horizonte. La delgada línea roja (1997) se inicia
en este contexto, teniendo como primera escena la imagen de un cocodrilo que se
hunde en medio de unas turbias aguas y seguidamente, la voz en off de uno de estos extranjeros que
pronuncia: “¿Qué es esta guerra en el
corazón de la naturaleza? ¿Por qué la naturaleza lucha consigo misma, la tierra
rivaliza con el mar?”. Terrence Malick, luego de casi veinte años, estrena
un nuevo filme que retoma la temática del caos. El continúo enfrentamiento
entre el bien y el mal, ambos brotando en medio de la naturaleza, habitando
alrededor y en cada uno de sus seres. Su inicio no es más que la antesala a la
autodestrucción. La actitud depredadora del ser que se hunde por sí mismo,
obedeciendo a su naturaleza.
Si bien La delgada línea roja se desenvuelve en
gran parte dentro de un enfrentamiento bélico, no es necesario internarse a
este para observar el lado cruel de la naturaleza. La introducción sobre estilo
de vida inmersa en unas ínsulas no es más que el acercamiento cauto a un mundo
que emana la violencia a pesar de su paisaje calmado. Lo que es una tribu
habitando en medio de un ambiente apacible, es también una tribu que se
enfrenta a las bestias salvajes que merodean por sus casas, la enfermedad
maligna que infecta a sus menores hijos, la riña imperdonable entre sus mismos
iguales. La sola presencia de los extranjeros, soldados desertores, son para
los ojos de los habitantes una señal de peligro. Es la perturbación tanto de
los grandes como la intranquilidad de sus infantes, puros, llenos de inocencia,
pero que se alejan de la amabilidad de estos soldados porque ya han aprendido
que el mundo es violento y a lo extraño es necesario temer. Es así cómo se
concibe una guerra. El encuentro entre dos grupos aparentemente distintos
luchando por una tranquilidad pasajera. Malick incentiva la idea de que existe
una guerra interminable contra los que un día fueron iguales, solo que ahora
viven alejados, divididos cada uno en su propio habitad, que no es más que el
mismo lugar.
Al igual que en sus
anteriores filmes, el director se inclina nuevamente a promover la voz en off, una que en esta ocasión no está sostenida
por una sino por muchas voces. La delgada
línea roja no posee rigurosamente personajes principales ni secundarios. La
película está dividida por una serie de testimonios internos y vivencias de
guerra de un grupo de soldados enviados a la isla de Guadalcanal para romper la
línea de un frente japonés. Terrence Malick mediante esta situación, crea
diversos casos de vida. Entre estas la historia de un veterano militar intentando
ser reconocido por sus años de servicio, los deseos de un soldado por
sobrevivir a la guerra y reencontrarse con su esposa, un sargento de apariencia
dura que ha encontrado en este conflicto su lado sensible, el debate moral de
un capitán que no está dispuesto a poner en línea de fuego a su compañía, el
mismo soldado que desertó para alejarse de ese mundo cruel y violento. Son
distintas condiciones que se promueven con la finalidad de retratar puntos de
vista sobre cómo el hombre asume esta realidad, una en la que todos coinciden
en que es un proceso de autodestrucción del que no tendrán escape, sea en la
guerra o en algún otro lugar después de esta.
Es en esta ocasión que
la voz en off, a diferencia de los
anteriores filmes de Malick, no tiene una necesidad de divagar frente a los
sucesos que ocurren. Por el contrario, el monólogo interior de los combatientes
posee un comportamiento realista, retórico y reflexivo; algo inconcebible en un
contexto de rutina donde la vida mediocre impera y te abstrae de la realidad.
El propósito de La delgada línea roja
es manifestar cómo algo tan real, como es la guerra, llama a la meditación, al
cuestionamiento sobre el ser y las cosas, el propósito y el desenlace de toda
la existencia. Atrás se queda como único discurso la multiplicidad de imágenes sugerentes,
estas interpretadas como marcas mortales que aguardan al castigo a manos de su
propia naturaleza. Los personajes de Malick de los setenta eran seres que vivían
con un desinterés arraigado, libres de conciencia o sensibilidad ante la
proximidad de un juicio que es fin del ciclo de la vida. Cuando se trata de
morir no existe elección, y esto recién se concientiza en este último filme.
Películas como Full metal jacket
(1987) o el mismo Salvando al soldado
Ryan (1997), manifiestan a su propia manera el horror de la guerra, uno que
se muestra siempre agresivo y violento, es la encarnación del rostro malvado
del ser humano. En la batalla de Terrence Malick, sin embargo, no existe el
soldado valiente o el más aguerrido. En lugar de esto existen los dolores de
barriga, el miedo, el cuerpo tembloroso, comportamientos que la misma
conciencia los ha invitado a manifestarse.
Gran parte de los
filmes de corte bélico se interesan en recrear con total crudeza el drama estupefacto,
la manifestación de la carne vive, el desangramiento letal o el fuego que
perfora los cuerpos. La delgada línea
roja, en su lugar, censura por un momento los cuerpos destruidos por la
afrenta y se enfoca en el patetismo de los rostros, tanto de las víctimas como
de los testigos. Terrence Malick se aleja de la imagen grotesca para acercarse
a una contemplación más emocional, una que no deja de ser cruel ni objetiva.
Hay una además necesidad por querer poner en evidencia de que, más allá del
cruel final que nos espera gracias a esa naturaleza inmutable, sigue existiendo
ese ánimo dual. No hay mal sin bien, y viceversa. Esa mirada del testigo, una
conmovida por el cuadro de horror que se posa frente a sus ojos, no es nada más
que el lado benigno del ser, fruto de la autocrítica, que a pesar de continuar
con su “misión manipuladora”, no dejan de inquietarse y entristecerse ante la
mirada convaleciente, tanto del amigo como del enemigo. Cuando se trata de la
muerte no existe el juicio antagónico. Cuando se trata de la muerte no existe
la mirada de desprecio. En lugar de esto hay gestos de fraternidad. La certeza
de que si bien la guerra insensibiliza, también provoca lo contrario. En
perspectiva, todos los filmes sobre guerra son en cierto grado anti-bélicos,
siendo unos discursos más críticos que los otros. La delgada línea roja es de una crítica severa.
El “mismo” mundo
La invocación final de
un soldado en La delgada línea roja
(1997), es la introducción que la nativa Pocahontas (Q’orianka Kilcher) hace en
El nuevo mundo (2005). El llamado a
un ente intangible, la proclamación de “ver” lo que los ojos humanos no pueden
percibir y solo el alma es capaz de observar. El conocer es conocerse,
liberarse del cuestionamiento, de la ansiedad del vivir o morir. Si en los
anteriores filmes de Terrence Malick éramos testigos del comportamiento
autodestructivo que nacía de la propia naturaleza, en esta última película se
observa el lado benefactor de las cosas. La búsqueda incesante por aclarar el
ánimo sentimental y bienaventurado que la naturaleza rinde. El cuestionamiento
es dónde encontrarlo, dónde se cobija ese bienestar que purifica los ánimos y
nos eleva a los inicios de la creación, el propósito del ser. La vida que le
toca recorrer a Pocahontas es el encuentro a la respuesta, una que hace brotar
heridas a medio camino, pero que sigue alimentando, fortalece, esa necesidad de
hallar lo que pocos logran descubrir.
Terrence Malick se
aproxima a lo que es un filme de tema ligero, pero que no deja ese lado
reflexivo, a veces filosófico, manteniendo además el relato plano, libre de una
acción continua, propio de los instantes en que la naturaleza resplandece
pictóricamente o los personajes meditan respecto a su emociones. El nuevo mundo es esencialmente una
película emocional porque el amor es uno de sus temas centrales. Es la historia
de Pocahontas, sobre su encuentro y enamoramiento con el colonizador John Smith
(Colin Farrell), el destierro de su tribu y su posterior matrimonio con John
Rolfe (Christian Bale). Malick, a propósito del amor, comenta sobre el
conflicto interno que enfrenta a los sentimientos con los deberes o ambiciones.
En primera parte, Pocahontas, siendo hija predilecta del líder de su clan, se
debate entre su amor fiel hacia Smith y los lazos inquebrantables con su
comunidad que se reduce al poder patriarcal de su líder y padre. Asimismo,
Smith divaga entre amar a Pocahontas y quedarse para siempre en tierra firme o
continuar nuevas rutas como un colonizador.
El razonamiento de
ambos personajes difiere a partir de sus mismos cánones sociales y culturales.
El encuentro entre colonizadores ingleses y los habitantes oriundos de
Virginia, es a principio la presentación amistosa entre extranjeros y
naturales. Existe lo que es un respeto el uno del otro debido a que los nativos
desconocen que el asentamiento de los recién llegados se prolongará de manera
indeterminada. Smith, quien tendrá que hacer una expedición en busca del líder
de esa comunidad, será el único que “reconocerá” a estos individuos. Es el
proceso de naturalización, uno que es temporal debido a que la civilización de
Smith es irreparable, la misma que carga defectos, adjetivos negativos,
palabras que no existen dentro del conocimiento nativo. Actitudes que Smith
intentará imponer a sus compatriotas luego de su regreso al fuerte inglés, pero
que será en vano. El mismo comportamiento de Smith cambia en el corto tiempo
que ha estado alejado de su amada, a quien por cierto ama, pero niega por ser
consciente de ser parte de un estilo de vida distinto al de ella, uno donde
germina el odio de manera agresiva. Es a través de esto que se debate el
conflicto interno de Smith: preguntarse asimismo si es él o podrá ser lo que
ella desea. A comienzo lo que es una aspiración, luego se convierte en una
actitud inconcebible. Amar es abandonar su propósito, el colonizar a nombre de
su propia comunidad, algo que también se reduce a la imagen patriarcal, en esta
caso la de un rey.
En La delgada línea ya se venía prediciendo
esa necesidad del director Terrence Malick por albergarse a las vivencias de
las comunidades exóticas, aparentemente libres de los prejuicios y otros
pensamientos fronterizos propios de la civilización. Lo cierto es que esta
misma humanidad está sostenida de igual manera por la naturaleza, una agresiva,
siempre expuesta al peligro oriundo o foráneo. Es de la misma forma que la
comunidad de Pocahontas se desenvuelve, una que reacciona cuando se trata de
invadir un territorio posesionado, que asesina si es necesario, que prefiere
prever antes de que el invasor dé el primer paso. El nuevo mundo, a pesar de esto, es la mirada atenta al lado
piadoso de la naturaleza. Antes de ser ultimado Smith, Pocahontas pide a su
padre que no suceda, pues observa en el extraño un lado bueno. El bien y el mal
conviven en una misma naturaleza, y esto se reconoce en el semblante benigno de
la nativa, quien a su vez observa lo mismo en la imagen del inglés. Pocahontas,
de igual forma que Smith, se pregunta continuamente sobre su verdadera
identidad, uno que a diferencia del extranjero, no es más que la necesidad de
conocer el bien que habita en su alrededor. Dónde encontrarlo, en dónde se
halla. La historia de amor entre estos dos personajes es el camino de
experimentación para Pocahontas. La búsqueda de lo desconocido, algo que ella
está dispuesta a seguir hurgando a pesar de los acontecimientos, muy a
diferencia de Smith, quien en lugar de buscar lo irreconocible, se da por
fatigado, dispuesto a continuar un rumbo que no desea abandonar.
Terrence Malick, de la
misma manera que en sus otros filmes, sigue el mismo discurso que envuelve a
toda la existencia en un todo. El hombre y la naturaleza son el mismo reflejo,
la misma identidad, pesimista y a la vez utópica, que se autodestruye, pero que
también se cobija a sí misma. Pocahontas, a pesar de la advertencia de Smith,
ofrece provisiones a los soldados ingleses azotados por el invierno. Más tarde,
estos mismos atacarán a la tribu que los asistió, pero adoptaran con grandes
beneficios a la más tarde desterrada nativa. El nuevo mundo, además del descubrimiento de las nuevas tierras, es
el descubrimiento de lo intangible. Aquello que Pocahontas, benefactora, luego
civilizada y criada como una inglesa, ha buscado en el largo de su camino. Las
oraciones y prédicas a un ser intangible que llama “madre”, es la naturaleza
misma, los árboles, las aguas, todos los seres vivos, los que la han engendrado
y ahora cuidan. Su antigua comunidad protectora y luego el cuidado de la corona
inglesa que se reduce a John Rolfe, su esposo, y su hijo. La meta final no es
nada más que el amor, esto hallado en la felicidad que le provee su nueva
familia, la respuesta de un largo aprendizaje que Pocahontas logró hallar. Es
después de esto que ocurre la liberación de los miedos, uno que no se cuestiona
y que incluso no teme a la muerte.
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