domingo, 24 de julio de 2016

Maligno

El filme dirigido por Paco Bardales y Martín Casapía reitera esa inclinación por amoldar al “maligno” bajo los prototipos de j-horror. El montar una aparición femenina de aspecto famélico, cabello negro enfrente, haciendo crujir su esqueleto, es totalmente desabrido a estas alturas, incluso viniendo de un género que hoy en día –la mayoría de dichas producciones– recicla mismos argumentos y estereotipos. Existen, sin embargo, clichés que hace rato han pasado su límite de reúso. El gran enemigo de Maligno (2016) es uno de esos clichés y, por lo tanto, degrada las expectativas. Cosa distinta ocurre con lo resto. El filme de Bardales y Casapía no posee percances técnicos o está representado por un elenco extenuado. Es decir, cumple con las exigencias mínimas que a grandes rasgos colaboran con las normas de la verosimilitud en toda película. Lo más representativo, su banda sonora y su dirección artística. Ambas recargando el drama y antecediéndose a cualquier acontecimiento.
La trama en Maligno es simple. Un recinto encierra un espíritu malvado que busca algún huésped que le servirá de conducto al mundo real. Como suele suceder, las principales víctimas aquí son las personas que están inmersas en un estado de fragilidad, en este caso, dentro de su alicaído círculo familiar. Durante la trama, la ingenuidad o el escepticismo ante lo que está sucediendo será el contrapeso para que el terror se dilate. Como recurso para el acecho o la cacería, es imprescindible el contexto del lugar. El “maligno” se desplaza enteramente entre los pasadizos y cuartos del oscuro y precario recinto. Esto lo convierte en un espacio laberíntico más efectivo que las tumbas de Cementerio general (2013). Ya para el final, el enfrentamiento en Maligno es el enfrentamiento de La noche del demonio (2010). Tal vez si no hubiera conciencia de esto, sería la mejor secuencia de la película. Al menos en este filme un chamán no se enfrenta con un espíritu a golpes.

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