Mediante una
argumentación cifrada, la ópera prima de Basma Alsharif recorre ciudades en
donde se manifiestan contextos inconexos y personajes sin definirse. La
directora de origen palestino no desarrolla historia, sino secuencias que expresan
temporadas, mientras lo acontecido está sujeto a un constante efecto en retroceso.
A primera vista, existe un contraste de realidades entre los espacios: la
Franja de la Gaza y, por ejemplo, lo que parece un suburbio estadounidense. El
salto de la calamidad a la apacibilidad. El paseo de alusión turística que difiere
a las ruinas de una ciudad en Palestina con los paisajes floridos de algún otro
lugar; un hogar de aire vacante que cobija (o cobijó) una vasta línea generacional
frente a otro hogar en donde se reúne una generación reciente que alude
multiculturalidad y ampliación limítrofe. Ouroboros
(2017) retrata una visión o testimonio personal de la directora, su procedencia
palestina y éxodo a otros espacios, encuentros con los estragos y con otros mundos
que sugieren diversidad, su intención por establecer una metáfora de viaje e
historia cíclica, a partir del símbolo del “uróboro”, pero no deja de ser
película que exige tanto de un manual de apoyo que solo su directora conoce.
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