jueves, 10 de enero de 2019

La mula

El protagonista de La mula (2018) está delinquiendo, pero no deja de ser un individuo que evade la línea de la decencia. Se podría decir que Earl Stone no se encuentra en su lugar. El mundo del narcotráfico no es terreno para un octogenario que en su vida no ha faltado a una señal de luz roja, sin embargo, las circunstancias y su mismo pudor ante su fracaso personal lo han arrastrado a esa alternativa. Clint Eastwood dirige y protagoniza a un sujeto de moral ambigua, dueño de una personalidad añeja que podría ser caldo de prejuicios (tal vez un racista u homofóbico involuntario), pero que su comportamiento no abandona el perfil de un ciudadano ejemplar, hombre que proyecta valores que se anteponen a su idea y nacen de manera espontánea. Es el producto de una vida que siempre ha caminado por la vía correcta, públicamente hablando. Otra historia es su vida no pública, una opuesta y nada ejemplar, de la que se avergüenza y decide hacer una enmienda.
La mula, como casi todas las películas recientes de Eastwood, convierte a su protagonista en el centro de la historia. Son sus decisiones las que amasan el drama y el conflicto, en tanto es su personalidad la que va generando afección hacia el personaje. Más allá de su condición vulnerable, anciano y en bancarrota, la empatía llega de su carácter público, sujeto amable y de antecedentes intachables, la imagen que este personaje se creó en su deseo de ser el centro de atención. Earl es un modelo de la fantasía “americana”.  Eastwood, en tanto, decide poner al descubierto el lado íntimo de esa fantasía. Earl no ha sido el esposo y el padre modelo. Se podría decir que el sacrificio de lo íntimo en gran parte ha sido medular para su éxito público. Earl, así como la mayoría de las políticas estadounidenses, es pura portada. La diferencia es que el protagonista está dispuesto a hacer su acto de enmienda. Antes de convertirse también en un abuelo ausente, decide hacer algo al respecto. Es decir, su acto de redención, el conflicto de la trama, es también el fin de su derrotero como paradigma social.
Earl se convertirá en un enemigo público, pero lo curioso es que su imagen o fama pública, el que responde a la fantasía americana, se convierte en su escudo, una credencial que lo mantiene en resguardo. Dicho de otra manera, hay razones para no condenar a Earl. Su imagen pública no es un peligro para la sociedad, a diferencia de cualquier otro individuo que, por ejemplo, tenga rasgos latinos. La mula es una película que delata los prejuicios sociales dentro de una nación de doble moral, sospechando del otro y apostando por lo propio. Earl podrá estar haciendo un acto de resarcimiento, auxiliando a su familia o a veteranos de guerra, sin embargo, no deja de ser un narcotraficante. Claro que Eastwood no deja de acariciar el sentimentalismo como defensa que bien podría aligerar el acto delictivo. Son las escenas en que Earl no pierde la oportunidad en extender consejos que él mismo no sigue. Existe un ánimo optimista en donde el más “ilegal” podría reformarse si es guiado. La mula es lo menos trágico que ha realizado Clint Eastwood, por su misma historia (sobre un protagonista rehabilitado), su grado de humor y la ausencia de Tom Stern en la fotografía que elimina la dureza de los contrastes.

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