Dos películas que tienen en común
dos tópicos: lo enigmático y la naturaleza como metáfora. Spirál (2020)
narra la historia de una pareja a cargo de un área de reposo fuera de la
ciudad. La laguna, fuente de atracción de los pescadores que buscan escapar de
la ciudad, en un principio manifiesta una contradicción con la naturaleza del
lugar. Lo que se percibe como un espacio idílico, se trasluce como un escenario
lánguido, rutinario, taciturno e incluso estéril (los peces extrañamente están
muriendo). A esto se suma la ausencia de forasteros y una crisis entre la
pareja. El ambiente mismo y el estado anímico de los personajes nos predicen un
estado trágico que está próximo, o que tal vez solo estuvo reprimido. La
película de Cecilia Felmeri es un retrato depresivo estimulado por el sentido
que representa el escenario para su protagonista. Bence (Bogdan Dumitrache) ha
heredado el lago, lugar que no solo le evoca recuerdos de su infancia o su
fascinación por la naturaleza solitaria, sino que además lo refiere a
antecedentes pesarosos. Ya para cuando acontezca una tragedia, el hombre no
podrá persuadir más su dolor reprimido.
Spirál nos presenta el caso de lo
trágico asociado a un espacio específico. A diferencia de distintos dramas
sobre el luto, esta película búlgara se construye no mediante los antecedentes,
sino en base al perfil emocional del protagonista, su agonía contenida, la no
canalización de sus sentimientos o pensamientos. Es un ejercicio de la
interiorización. He ahí cómo es que varios detalles terminan siendo enigmáticos,
precedentes no esclarecidos que de hecho evidencian que no se ha cerrado un
ciclo de duelo. El conflicto de Bence me retrae a las tramas góticas, la que,
por ejemplo, recreó Edgar Allan Poe en La caída de la casa Usher, en
donde vemos a un rico dueño de una gran residencia viviendo en solitario,
víctima de un bloqueo emocional, al borde de la locura, y sabemos que no es
tanto la mente, sino un duelo y la casa que le recuerda a esa pérdida y lo
arrastra a un abismo. El escenario representado como una maldición o lugar
trágico al que amos se resisten a abandonar. Lo que también se manifiesta en Spirál
es que, como toda maldición, hay un riesgo a que sea cíclica, a que el preso, y
no amo del espacio, experimente nuevamente su tragedia. Sutil cómo es que el
ingreso de una nueva personaje parece ser un calco físico de su predecesora,
como avisando a Bence lo que está próximo.
Por su parte, Nunca volverá a
nevar (2020) presenta a un personaje que por sí solo ejerce una función
enigmática. Zhenia (Alec Utgoff) es un inmigrante ucraniano valiéndose de
masajista a domicilio en un barrio residencial en Varsovia. El tema de la confrontación
social y la migración son fantasmas que emergen de la trama, pero que no
resultan ser temas de interés en la película de Malgorzata Szumowska y Michal
Englert. Muy a pesar, su historia no deja de perfilarse a una mirada social y
cómo las rutinas de esta área de ricos son reflejo de un escenario artificioso.
Es así como la introducción del joven, cálido y sosegado Zhenia provoca un
punto de inflexión en la vida de esta comunidad acaudalada. Esta película
polaca se inspira de las historias de personajes curiosos removiendo la
sensibilidad de una sociedad cerrada, en cierto punto, ajustada a sus rituales
y conceptos. Ahí están filmes como Mary Poppins (1964), Chocolate
(2000) o en un sentido más particular Amélie (2001); relatos de
personajes ayudando a sujetos de aire obstinado a emanciparse de sus tradiciones
o sus refugios personales.
A propósito, la visita de Zhenia a
varias casas del vecindario equivale a una mirada panorámica de una sociedad resguardando
dramas emocionales que son síntoma de las vivencias sociales o personales.
Algunas de estas se asocian a las circunstancias de la propia Polonia, tal es
el caso del militar retirado, mientras otras son circunstancias más
universales, tal como la enfermedad terminal. Sea cual sea, el joven masajista
será agente que ayude a depurar esos males que el rostro o los lujos del
vecindario enmascaran. Ahora, es importante entender, y en razón de los
ejemplos fílmicos mencionados, que Nunca volverá a nevar no se encamina
a una vertiente optimista, alguna solución que deje a todos los comprometidos a
un ideal happy ending. Lo interesante de esta película es que el
protagonista recompone la vida de varios, según las dinámicas de un escenario
real. Es decir; por mucho que la “magia” de este personaje enigmático
prolifere, los resultados no serán fantásticos o milagrosos. Claro que esto no
significa que sea un filme con un punto final pesimista. Todo lo contrario, lo
que se figuraba como incierto, llega de una manera misteriosa. Es como la
predicción de un clima. Y es ahí en donde interviene la naturaleza, en este
caso, la nevada, como una metáfora de las expectativas frente a la vida.
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